¡Menudo rollo!

Juana Samanes
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Esta miniserie de muy poco recorrido argumental de la plataforma estadounidense Netflix repite continuamente escenas de sexo a cambio de lograr el estrellato

Mientras el productor Harvey Weinstein sigue su periplo con la Justicia, tras ser condenado el pasado marzo como culpable de violación y abuso sexual, se estrena en Netflix la serie Hollywood, que narra cómo en la Meca del cine, en sus años dorados, una de las monedas de cambio para alcanzar el estrellato era mantener sexo con los hombres poderosos de la industria. Es decir, pocas cosas han cambiado en 70 años. Siendo la denuncia interesante, el problema de esta ficción radica en que la zafiedad y la sordidez están presentes en cada capítulo.

El guionista Ryan Murphy ejerce de guionista, productor e incluso director de un capítulo de esta miniserie, que pretende acercar al público las dificultades de un grupo de aspirantes a convertirse en estrellas del celuloide, la mayoría procedente de medios rurales, con más atractivo que talento. Mientras llega su oportunidad trabajan en los oficios más variopintos, entre ellos de gigolos, siendo algunos juguetes rotos.

Al parecer, el objetivo de Murphy era ofrecer una visión de lo que hubiera sido Hollywood si, en los 50, tanto las minorías raciales como, fundamentalmente, de género, los homosexuales, no hubieran tenido que seguir dentro del armario para triunfar. Para dar más verosimilitud al argumento, ha incluido en la ficción personajes que encarnan a actores reales como Rock Hudson, Vivien Leigh, a compositores como Cole Porter o dramaturgos como Noel Coward. Todos ellos descritos con breves trazos, sin alma, y solo pendientes de satisfacer sus apetitos sexuales. Un enfoque falso y hueco que recuerda la infame película que Oliver Stone realizó en 2004 sobre Alejandro Magno. Si este hubiera dedicado tanto tiempo a sus devaneos sexuales y a su pelucón, como se describía en ese filme, no hubiera sido uno de los líderes indiscutibles de la Antigüedad, todo un conquistador de un imperio, pese a fallecer a los 33 años. 

Aún más, si la trilogía de Cincuenta sombras de Grey resultaba aburrida porque poseía un mínimo argumento y multitud de imágenes sexuales, lo mismo ocurre en Hollywood, donde abundan los diálogos pobres, simples y ramplones todo ello dentro de un envoltorio visual bien resuelto técnicamente, con una fotografía que resalta el atractivo físico de algunos de sus jóvenes intérpretes, es el caso David Corenswet, Laura Harrier o Samara Weaving, a los que deseamos poder contemplar en papeles más interesantes en su futuro profesional y, a ser posible, con más ropa. A su lado, provoca cierto sonrojo que figuren actrices de la talla de Mira Sorvino o Queen Latifah, en papeles rozando el ridículo. Pero siempre han existido productos digestivos con los que tragan los actores bien para sobrevivir personal o profesionalmente. 

 

Tarantino

No es la primera vez que acontecimientos reales se trasladan a la gran pantalla en una realidad paralela, el que mejor lo ha hecho ha sido Tarantino en Malditos bastardos o Érase una vez en Hollywood. Precisamente, con esta última, que refleja también una época de la industria cinematográfica, las comparaciones serían odiosas porque mientras el enfant terrible de Tarantino sortea con humor negro e ingenio uno de los capítulos más sangrientos de la ciudad de las estrellas, en un claro homenaje al mundo del cine, esta miniserie contiene un sinfín de despropósitos.

Netflix es, con HBO, la plataforma que más apuesta por la producción propia, pero debería poner el listón más alto.