Embalses que afloran ruinas

EFE
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El fuerte descenso del nivel del agua en verano pone al descubierto restos de antiguos pueblos y permite, incluso, a los más curiosos pasear por calles que yacen sumergidas el resto del año

Tiurana (Lérida) es uno de los enclaves que resurgen estos meses con la caída del pantano de Rialb. - Foto: Ramon Gabriel (EFE)

Como si fueran fantasmas, los restos de iglesias, puentes y hasta pueblos enteros resurgen de los embalses cuando el calor aprieta, la lluvia no llega y el consumo de agua se incrementa, atrayendo irremediablemente a curiosos que en ocasiones alteran la tranquilidad de estos espacios naturales.

Es lo que se denomina turismo de sequía, del que se queja el alcalde de Vilanova de Sau (Barcelona), Joan Riera, que ha optado por restringir el acceso al pantano de Sau, colapsado por la gran afluencia de visitantes que quieren entrar a la iglesia de Sant Romà, sumergida en 1962 y que ahora ha quedado completamente al descubierto.

«No tenemos que celebrar esta afluencia de turistas porque es consecuencia de un desastre natural que está afectando mucho a nuestra zona», denuncia Riera, quien lamenta que esta situación «haya dificultado el acceso de los vecinos al pueblo». «Es bueno que haya turismo, pero también nos perjudica», aduce el alcalde, que afirma que estas semanas se han acumulado más residuos que el resto del año.

Lo que Riera llama el «efecto Instagram» se produce en torno a otros restos puestos al descubierto por el fuerte descenso del nivel del agua, como ocurre en numerosos municipios de Galicia. En la localidad orensana de Bande disfrutan de numerosos tesoros, el más espectacular el campamento militar romano de Aquis Querquennis, también conocido como A Cidá. A menos de 30 kilómetros de distancia, ya en el límite con Portugal, otra de las joyas es Aceredo, en el embalse de Lindoso, desaparecido en 1992.

La provincia de Lugo también disfruta de su particular Atlántida gallega, como es Portomarín, a orillas del Miño, uno de los ríos que mejor refleja cada verano las consecuencias de la sequía. Ya en Cantabria, el pantano del Ebro deja al descubierto la catedral de los peces, las ruinas del puente Noguerol, y también el esqueleto del aeródromo de Orzales, en Campoo de Yuso.

La afluencia de curiosos no es masiva en el embalse asturiano de Grandas de Salime, uno de los tres que hay en el cauce del Navia, donde es habitual que afloren los viejos muros de pizarra de Salime.

Más de 800 kilómetros al sur, en Córdoba, la bajada del agua permite retomar la investigación del yacimiento ibero bajo el embalse de Sierra Boyera. En este caso, son los profesionales de la Universidad de Granada los únicos privilegiados que llegan hasta este enclave.

Y en el embalse de Iznájar, el mayor de Andalucía por capacidad, el verano suele dejar al descubierto las estructuras que inundó en 1969 y también una necrópolis ibera y restos romanos, para los que se están organizando visitas guiadas que por ahora están siendo un éxito por el interés que ha despertado entre la población.

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