"Me rebelo contra la uniformidad del pensamiento"

María Albilla (SPC)
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"Me rebelo contra la uniformidad del pensamiento" - Foto: Juan Fernandez

Tres años después del confinamiento por la pandemia ve la luz el nuevo libro de la escritora y periodista Julia Navarro, un volumen muy personal y alejado de las novelas a las que acostumbra en el que dialoga, fruto de aquella intimidad, con las mujeres de su vida. Las mujeres de la ciencia, de la literatura, de la filosofía e incluso de la mitología a las que ha ido descubriendo a través de la lectura y para quienes reivindica su papel preeminente en un mundo de hombres. Porque fueron ellos los que escribieron la Historia y fueron ellos los que las arrebataron su lugar en ella. Pero en Una historia compartida. Con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos (Plaza Janés) no hay ánimo de revancha. El libro es ese lugar común en el que no se entiende a las unas sin los otros y a los otros sin las unas.

Feminista (y demócrata) por convicción, Navarro alerta del peligro que en la actualidad tiene el pensamiento único que muchos intentan imponer tanto en la lucha por la igualdad como en otros aspectos de la vida y fía el futuro a la educación, la mejor herramienta para que en el futuro hombres y mujeres caminen a la par.

Sorprende, tras ocho novelas, con este giro inesperado. ¿Es un libro oportuno, tal y como está el patio?

Bueno, este es un libro que escribí durante la pandemia. Cuando terminé mi última novela me apetecía volver a hacer algo, pero no otra... y aquel era un tiempo como de reflexión, así que hacer este viaje por la vida de estas mujeres sobre las que he leído durante mi vida me pareció una buena idea.

La curiosidad por indagar en la condición humana es lo que siempre me lleva a escribir y, en este caso, me apetecía adentrarme también en quién son esos hombres que han acompañado a las mujeres con las que yo me he ido encontrando. 

Este es un libro muy personal, un diálogo conmigo misma. Hay  muchísimas aportaciones hechas por las mujeres a campos como la filosofía, la ciencia, la literatura e incluso la política que apenas son conocidas y, mucho menos, reconocidas. La Historia la han escrito ellos, porque ellos tenían el poder, así que nos han hablado solo de las que no les ha quedado otro remedio.

Por ejemplo, todos sabemos quién fue Pitágoras, pero a Hipatia casi casi nos la tuvo que descubrir Alejandro Amenábar en el cine.

Fue una mujer muy importante en la antigüedad, una gran maestra. Y hablas de Pitágoras, pero su compañera, Theanos,  fue una gran matemática y a ella le debemos lo que fueron las escuelas pitagóricas. ¡Pero es que hay tantas otras!

Hay dos que a mí me interesan especialmente. Ahora no hay casa sin algún ordenador y estoy segura de que muchos chavales no saben que Ada Lovelac, la hija de Lord Byron, fue una pionera de la informática. Su gran aportación a la tecnología sentaría las bases de los futuros ordenadores. Hay otra mujer, Hedy Lamarr, inteligentísima, muy guapa y que hizo carrera en el cine en América, que fue la impulsora de las redes inalámbricas, el wifi que conocemos hoy. La aportación que ellas han hecho a la ciencia y al progreso han sido fundamentales, y no aparecen en los libros del texto.

Haciendo referencia al título, habla de una historia compartida, pero ¿cuál es ese lugar común?

El lugar común es la Historia de la Humanidad. Desde que el mundo es mundo lo habitamos hombres y mujeres y, por tanto, no se puede contar la historia de los unos sin los otros. Y esta es la realidad. Al ostentar ellos el poder, han contado la Historia desde su perspectiva y creo que cualquier Historia que no se narre contando con todos es incompleta.

¿Existió algún momento en el que fuimos iguales? ¿Hubo un momento concreto en el que la mujer perdió la batalla de la Historia? 

No, no la perdimos nunca, me niego a pensarlo. Hemos estado relegadas y olvidadas, pero me niego a dar por perdida la batalla de la Historia.

Es verdad que la maternidad ha condicionado nuestra posición en el mundo. Este papel nos ha determinado porque ellos salieron a por el sustento y nosotros nos quedamos a cuidar a los hijos. Eso condicionó nuestro papel en la sociedad, pero no significa que no hubiera muchas, muchas mujeres que no fueran capaces de hacer otras cosas a pesar del papel que tenían asignado. Lo único es que no nos lo han contado.

Usted siempre se ha declarado feminista. ¿De las de antes o de las de ahora? ¿En realidad, se puede diferenciar entre tipos de feminismo?

Yo me declaro feminista por una razón muy sencilla y es que no se puede ser demócrata si uno no es feminista porque una democracia no lo es dé verdad si la mitad de sus ciudadanos no tiene los mismos derechos y oportunidades que la otra.

Ahora bien, a mí no me preocupan en absoluto las divergencias. Me parecen que enriquecen el debate y, de la contraposición de ideas puede salir algo interesante. Huyo de esa tentación que hay en la sociedad actual de uniformarlo todo, de que haya una sola manera de entender las cosas. Me parecen muy interesantes las cosas que plantean las feministas de la cuarta ola y aunque yo no coincido con ellas, quiero escucharlas, saber sus argumentos, entender sus posiciones y debatirlas. No nos tenemos que escandalizar porque haya posiciones distintas dentro del feminismo o de cualquier otro ámbito de la vida. La tendencia a uniformarnos en las ideas es una tentación totalitaria, es la distopía de Orwell.

¿Acudió a alguna de las manifestaciones del 8-M?

No, no fui. No pude.

El otro día leía una declaración de Javier Cercas que decía que la izquierda se ha vuelto «puritana y regañona, te dice lo que tienes que hacer en tu casa». ¿A quién ve en una afirmación así?

Es que es terrible esa imposición del pensamiento único; es un atentado a la libertad de pensamiento y de expresión. 

El movimiento woke, por ejemplo, nace con buenas intenciones, pero se ha convertido en algo absolutamente reaccionario y no lo comparto. No se puede suprimir lo que no nos gusta del pasado porque no se atiene a las normas en las que unos cuantos hoy en día han decidido que nos tenemos que mover. Me rebelo contra la uniformidad del pensamiento que nos quieren imponer.

Esto me lleva a una frase suya… «Los márgenes de la libertad se estrechan de una forma verdaderamente preocupante».

Y lo sostengo. No solamente en la lucha de las mujeres. Los márgenes de la libertad se están estrechando en todos los terrenos porque la gente empieza a tener miedo de opinar sobre cualquier cosa que vaya en contra de quien se ha erigido como la policía del pensamiento y que tiene su campo de batalla en las redes sociales. Es un retroceso en la libertad que hay que combatir. Hay que volver a luchar por la libertad de pensamiento y la libertad de expresión, que en estos momentos están seriamente amenazadas.

¿Se puede poner en riesgo el trabajo del movimiento feminista si se confunde el foco?

No tiene por qué haber un retroceso siempre que haya debate y no imposición por parte de esa policía del pensamiento. Lo que es un retroceso es el intento de borrar a las mujeres.

¿Quién es para usted esa policía del pensamiento?

Hay veces que son personas totalmente anónimas. Otras, por ejemplo, las que deciden que hay que revisar y readaptar los libros a lo que ellos piensan que es correcto hoy, como está pasando con Roald Dahl y sus cuentos porque no se adaptan a lo que hoy se dice que es correcto. Esto es muy peligroso. Hay editoriales que empiezan a tener una figura que llaman el editor de la sensibilidad, que revisa los textos para ver si el autor dice algo que pueda ofender a alguien. Esto es censura y muy peligroso.

¿Las élites políticas también forman parte de esta policía?

Los políticos se atienen a ser políticamente correctos.

¿Ve políticamente correcta, por ejemplo, a la secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez, Pam?

Ella quiere imponer una forma de entender la igualdad y lo que es el feminismo. Ahí está esa tentación del pensamiento uniforme, porque condena a los infiernos a todo aquel que no comulgue con lo que ella defiende. Quiere imponer un feminismo uniforme. 

Existe en todo esto un cierto adanismo, hay quienes piensan  que el mundo ha empezado cuando han llegado ellas. Y ya el colmo de los colmos es que se metan en la cama de la gente para decir qué es lo que tienen que hacer. 

Hay mujeres que han renunciado al sexo para lograr sus objetivos con los hombres. Hablo de Lisístrata o Lou Andreas-Salomé. ¿Cómo lo ve?

Lou Andreas-Salomé se movía en un mundo de hombres y ella decide que  para que la traten como a una filósofa, como a una persona de pensamiento y no como un objeto sexual, opta por una absoluta castidad en su triángulo de convivencia con Friedrich Nieztsche y Paul Rée. En realidad, fue una renuncia temporal. Era una mujer con un pensamiento muy original que no quería verse sexualizada. Ella reivindicó que pensaba independientemente de su género. Fue una llamada de atención original, pero que yo no comparto. 

¿Usted es partidaria de las cuotas? ¿De qué manera piensa que pueden ayudar a las mujeres a ocupar puestos de poder?

La sociedad ha estado siempre organizada por los hombres y ellos son los que se han encargado de la gestión de esta. Y para las mujeres, todavía hoy, el triunfo profesional implica un doble sacrificio. ¿Son entonces interesantes las cuotas? Pues a veces sí porque eso obliga a que los hombres no tengan más remedio que hacernos un hueco, porque si  no nos lo harían. Nadie cede el poder voluntariamente. También pienso que hay que ser flexible en este tema. 

Luego está ese discurso de que 'que llegue la que vale'. Oiga, es que ellos han estado ahí siempre valiendo y sin valer, ¿no? Y a nosotras se nos exige ese plus de inteligencia, de trabajo, de creatividad... para que nos admitan en un mundo que es de ellos. Pues mire usted, no. Vamos a repartirnos esto y vamos a hacerlo a partes iguales.

¿La conciliación es la palabra mágica para la igualdad?

Desde luego es la fórmula para que las mujeres podamos tener una vida propia. Afortunadamente, las cosas están cambiando, las nuevas generaciones ya son distintas y el reparto en la casa y en el cuidado de los hijos de las parejas jóvenes es más evidente. Pero esto se consigue con la educación. Hay que educar en la corresponsabilidad.

¿Y qué sucede con todos esos hombres que ahora se han quedado descolocados, los que ven cómo sus sistema está saltando por los aires?

Para mí, los hombres no son un enemigo a batir, lo que hay que hacer es cambiar los fundamentos de la educación que reciben los niños.

Claro, a un señor de 70 años no le puedes decir que le vas a cambiar todos los parámetros y que sea como uno de 18. Eso es un poco complicado. Es que tú te estás poniendo en el grito del 68, el seamos realistas, pidamos lo imposible. Cada uno es hijo del tiempo que le ha tocado vivir y no les puedes convencer por decreto de los cambios sociales. Pero ellos también han cambiado, estoy segura de que muchos hombres mayores también ven las cosas desde otro prisma.

Quiero volver al libro porque me ha llamado la atención una cosa y es que si volviera a nacer le gustaría ser monja... ¿Me lo puede contar?

Octavio Paz  tiene una frase preciosa cuando se refiere a sor Inés de la Cruz. Dice que se metió monja para poder pensar y yo reflexioné mucho sobre ello cuando escribiendo este libro me di cuenta de la cantidad de mujeres que optaron por el convento en los siglos XVI y XVII para no tener que pasar de la casa del padre a la del marido. Ellas prefirieron ser monjas para tener un espacio propio y poder escribir, pensar... Los conventos de ahora no son como los de antes, claro. Los actuales son muchísimo más duros.

Con la vida tan ajetreada que tenemos, a veces pienso en lo bien que estaría poder hacer esa elección de las monjas del XVI y del XVI. La soledad y la reflexión son muy interesantes.

Una monja que fue muy moderna y a la que no se puede entender sin hombres es a Santa Teresa.

A Santa Teresa no se le puede entender sin sus confesores, que algunos fueron realmente terribles con ella, mientras que otros estimularon su misticismo. Explicarla sin ellos es estar condenado a no entenderla.