Los obstáculos para el relevo

M.H. (SPC)
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Los jóvenes que quieren incorporarse tienen que hacer frente a importantes inversiones. La pasión por este trabajo, igual que ocurre con la agricultura, es una motivación de mucho más peso que la rentabilidad que pueda dar el negocio.

Los obstáculos para el relevo

La semana pasada Cultum se acercaba a la realidad que se encuentran los jóvenes que quieren incorporarse a la actividad agrícola. Falta de tierras, burocracia o escasa rentabilidad eran algunos de los problemas que se les plantean a las nuevas incorporaciones. En el caso de la ganadería, a pesar de ser un sector con unas diferencias obvias, los obstáculos son similares.

Jesús Arias es un técnico de ASAJA en León que tiene muchos años a sus espaldas ayudando a chavales que quieren comenzar con sus explotaciones. Esta provincia, por su gran extensión y su variedad de paisajes, puede ser una muestra de la realidad española. Se pueden encontrar desde granjas de vacuno en extensivo en la Cordillera Cantábrica hasta naves con pollos en intensivo en comarcas como Tierra de Campos, en plena meseta. Y Arias tiene experiencia con todas ellas.

Cultum también ha hablado con Pablo Herrero, que realiza una labor similar en la Unión de Ganaderos y Agricultores Montañeses (UGAM-COAG) en Cantabria. Esta comunidad autónoma es algo diferente, ya que apenas cuenta con explotaciones intensivas, pero Pablo ha sabido dar algunas claves de lo que supone iniciar una empresa ganadera.

Los obstáculos para el relevoLos obstáculos para el relevo - Foto: Patricia GonzálezJesús Arias destaca algo que es evidente: es complicado comenzar. «La rentabilidad es baja y la inversión a realizar alta, pero todas las actividades son difíciles en sus inicios», dice. Herrero añade que quienes se lanzan a esta aventura suelen ser apasionados del trabajo con animales y que, además, o bien heredan (la opción menos arriesgada), o bien retornan a su pueblo tras haberse marchado a trabajar fuera y adquieren una explotación; pero en ambos casos se trata de gente que ya ha tenido contacto con la ganadería previamente y que afronta el reto con la ilusión de dedicarse a lo que realmente le gusta. Algo más o menos similar a lo que ocurre en la agricultura.

También de manera similar a lo que ocurre en la agricultura, aquí el acceso a la tierra es también clave, tanto si se trata de explotaciones en intensivo como en extensivo. En primer lugar, esos terrenos suponen alimento para los animales. Si son pastos, pueden ser de diente, aprovechados directamente por el ganado, o de siega, que proporcionarán forraje durante todo o una parte del año. En ambos casos implica un ahorro para el ganadero en gastos de alimentación, que en la situación actual suponen una parte muy importante de los costes de producción para cualquier explotación. Si las tierras son agrícolas también pueden servir para dar de comer a los animales, bien a través de forrajeras como la veza, la alfalfa o cualquier otra, o bien mediante la producción de materias primas para piensos (trigo, cebada, guisante…). Y lógicamente, mejor en propiedad que arrendadas, aunque eso es más fácil de decir que de conseguir.

Tanto en el caso de los pastos como en el de los terrenos agrícolas, y sin importar si son propias o están en alquiler, estas parcelas dan acceso a ayudas de la Política Agraria Común a través de la Reserva Nacional de Derechos de Pago Básico. La cuantía de estos derechos por hectárea varía dependiendo de la región agraria en la que se encuentre la explotación, aunque esta variación va a ir a menos con la convergencia que traerá la nueva PAC y la reducción del número de regiones, que pasará de 50 a 20 en 2023.

El hecho es que aparte de la ayuda que se recibe por animal, se opta a otra por superficie, aunque esta superficie tiene que estar vinculada a los animales, es decir, no se puede cobrar por tener pastos que no se aprovechan; así como tampoco se puede vincular una hectárea a cien vacas. Una Unidad de Ganado Mayor (equivalente a una vaca de más de dos años, 100 conejos o 50 cabritos, por ejemplo) puede estar asociada a un terreno de entre una y cinco hectáreas.

Aunque en un principio parecería más lógico cobrar por animal, que al fin y al cabo es el elemento productivo, la Unión Europea opta por la opción de pagar por superficie para evitar que los terrenos se abandonen y fomentar así al actividad agraria y, en consecuencia, la soberanía alimentaria.

Primera instalación.

Estas ayudas provenientes de la PAC pueden ser una ayuda para quienes comienzan, pero el empujón que más repercusión tiene, pensado precisamente para eso, son las ayudas a la primera instalación. Se trata de la misma subvención que se concede en el caso de agricultura y su cuantía no es igual en unas comunidades autónomas que en otras. No cubre toda la inversión necesaria para empezar con una explotación y una parte se recibe después de un tiempo, pero puede servir, por ejemplo, para adquirir los animales, explica Pablo Herrero.

Esa ayuda se concede si se cumplen algunos requisitos (número mínimo de animales, plan empresarial viable) y se abona una parte al principio que también varía de unas autonomías a otras. El resto del dinero está condicionado al cumplimiento del plan empresarial, a mantenerse cinco años en la actividad y a otras obligaciones que dependen de las diversas normativas autonómicas.

Para poder optar a estas ayudas, la explotación que se monte tiene que considerarse prioritaria, explica Pablo Herrero. Para ello los beneficios que se obtengan tienen que estar entre un 35% y un 120% de la renta media agraria, que se sitúa en torno a a los 31.000 euros anuales (sin descontar sueldos). Esta medida está encaminada a evitar que acaparen las ayudas quienes no las necesitan porque ya obtienen beneficios suficientes para mantenerse por sí solos y tampoco quien tiene muy pocos animales y no vive de la ganadería. Es decir, están pensadas para ayudar al ganadero activo que tiene dificultades para seguir con su explotación.

Este 35% mínimo coincide más o menos con una explotación de 40 vacas madre, que constituyen una UTA (Unidad de Trabajo Agrario). Esta es más o menos la cifra con la que suelen arrancar las explotaciones, aunque lo normal es que vaya aumentando el número de animales con el tiempo.

En resumen, incorporarse a la ganadería no es sencillo, igual que ocurre con la agricultura, aunque no es lo mismo un tipo de explotación que otro. Arrancar con una granja de cerdos de cebo en intensivo, cuenta Jesús Arias, puede suponer una inversión total de entre 500.000 y 600.000 euros si se empieza desde cero y sin contar las ayudas; en el caso de los pollos puede ser algo más barato, pero ronda los 400.000. Y los precios se encarecen por momentos debido al incremento del coste del hierro necesario para hacer las naves. Además es casi imprescindible trabajar para una empresa integradora que garantice la salida al mercado de los animales que se crían, porque si no puede ser complicado y poco rentable conseguirlo.

Lo que queda claro, según explican Arias y Herrero, es que quien se lanza a una aventura así es porque conoce el mundo de la ganadería y siente pasión por este trabajo. La rentabilidad es necesaria, pero no es la principal motivación de los jóvenes que comienzan.

 

Apicultura, una buena opción.

Jesús Arias, de ASAJA León, explica que la cría de abejas está teniendo mucho tirón en los últimos tiempos. "Si hace diez años asesoraba cada año a una nueva incorporación a este sector, ahora pueden ser 10 o 12". Reconoce que no todos los que comienzan consiguen mantenerse, pero admite que la tasa de éxito es relativamente alta y se obtiene una buena rentabilidad. Se trata de un tipo de explotación que requiere de una inversión relativamente pequeña, en cualquier caso mucho menor que en otro tipo de ganadería, y con 500 o 600 colmenas se puede vivir de ello, cuenta Arias. "Al principio suelen comenzar con menos", unas 350, que constituyen una UTA, a veces compaginando la actividad con otro trabajo, pero al aumentar el tamaño pueden llegar a mantenerse.

Sin embargo hay otras ganaderías que van claramente cuesta abajo. "Hace muchos años que no veo montar una explotación de vacuno de leche" lamenta Arias. Cada vez cierran más granjas de este tipo y los que quedan, debido a la escasísima rentabilidad, tienen que aumentar el número de animales para poder mantenerse. Eso explica por qué en España merma continuamente el número de vaquerías lácteas, pero no lo hace la producción.

 

Ucrania y los fondos de inversión.

La entrada de grandes fondos de inversión en la agricultura ha sido, según los expertos, una de las causas del desenfrenado aumento de los precios de los cereales y la soja en el último año y medio. Este fenómeno, que es, en principio, bueno para los agricultores ha sido un mazazo para los ganaderos, que han visto incrementarse los costes de producción debido a la subida de los piensos sin que ello repercutiera en los precios de la carne, la leche o los huevos en origen. Desde el verano de 2020, el maíz ha pasado de 183 euros por tonelada a 278, por poner un ejemplo.

Por si esto fuera poco, la entrada en Ucrania de las tropas de Vladimir Putin puede suponer un serio revés para las ganaderías españolas y del resto de la Unión Europea. Por si los precios de las materias primas para la fabricación de piensos no estuvieran lo suficientemente altos, este conflicto puede implicar un nuevo encarecimiento, sobre todo de determinados productos como el maíz o el trigo, del que Rusia y Ucrania son grandes productores. Y ya se están notando los efectos de la situación en esa zona de Europa en los carburantes. El petróleo está en máximos, con la consiguiente repercusión que eso tendrá en el gasóleo.