El ocaso de Juan Guaidó

Agencias-SPC
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El incumplimiento de su promesa de convocar unas «elecciones libres» y su aferramiento al poder han acabado con un autoproclamado presidente denostado dentro y fuera de su país

Haciéndose llamar presidente, como si le fuera la vida en ello, Juan Guaidó perdió el tiempo y la brújula en Venezuela, donde antaño fue un líder legítimo que movía masas. Aunque hace tiempo sonaban las trompetas del apocalipsis -el apoyo internacional y del propio antichavismo se había ido desinflando en los últimos meses-, el opositor hizo oídos sordos hasta que un tsunami político lo empujó al ostracismo.

El autoproclamado «presidente encargado», que encabezaba un «Gobierno interino» para tratar de «devolver la democracia» a la nación, se quedó sin título y sin instancia, vencido por la fuerza de 72 votos -contra 23- que acordaron poner fin a la cruzada que emprendió en enero de 2019, cuando desafió la legitimidad de Nicolás Maduro como mandatario y se erigió, aclamado por las principales potencias extranjeras, en el jefe del Ejecutivo de Caracas.

Cuatro años después, ese apoyo internacional y el respaldo popular de millones de venezolanos quedó reducido a cenizas.

Siendo el jefe de la Asamblea Nacional, Guaidó reclamó para sí el poder, alegando la ilegitimidad de Maduro como mandatario y terminó reinterpretando, con una particular lectura, la Constitución para extender su «Presidencia interina» por cuatro años, si bien el artículo que sustentó su autoproclamación le daba 30 días para convocar a elecciones. Casi 1.500 días después, no hubo nunca una convocatoria electoral, lo que significa que el mandato de la Carta Magna, una vez más, fue incumplido.

De hecho, para justificar su paso, prometió acabar con la usurpación que -a su juicio- ejerce Maduro, instaurar un Gobierno de transición y llamar a «comicios libres». Pero pasaron los meses y nada se concretaba: la confianza de los ciudadanos y de la comunidad internacional comenzó a resquebrajarse.

El cambio de Gobierno en Estados Unidos en 2021 fue determinante. Joe Biden restó fuerza a la causa de Guaidó, que dejó de ser una prioridad en la Casa Blanca, lo que abrió la puerta a una flexibilización en el resto de democracias occidentales que empezaron a mirar a Maduro con menos rechazo.

Esa relativización avanzó hasta la normalización de relaciones diplomáticas y comerciales entre la llamada revolución bolivariana y Gobiernos que una vez la tildaron de dictadura, y alcanzaron su cénit este año, cuando se confirmaron acuerdos directos entre Washington y Caracas.

Giro y hastío

Además, los apoyos a Guaidó en Latinoamérica se vieron diezmados por un giro a la izquierda en los países de la región, donde la derecha comenzó a perder Gobiernos y, por tanto, los detractores de Maduro comenzaron a ser menos en un continente donde en los últimos años se había llegado a cercar al régimen venezolano. Principalmente Colombia, donde la llegada el pasado año de Gustavo Petro al Ejecutivo abrió una nueva etapa de entendimiento entre unos países que han retomado unas relaciones rotas durante años. No solo políticas, sino también comerciales e institucionales, con la reapertura de las fronteras entre los dos vecinos.

Mientras Maduro ganaba terreno, Guaidó perdía la confianza de los ciudadanos a medida que aumentaban las denuncias por corrupción a funcionarios designados por el opositor para proteger los activos venezolanos en el extranjero, donde terminaron siendo señalados por sus vidas de lujo y el manejo irregular de dinero público.

En el plano político, los partidos opositores apoyaron al unísono a Guaidó en 2019. Minúsculas críticas comenzaron en 2020 y en 2021 los cuestionamientos empezaron a sonar más fuerte, con antiguos aliados dudando de la continuidad del que se había convertido en su jefe de filas. En 2022, la gran mayoría del antichavismo repudió sin tapujos el mandato de un dirigente al que acusan de ineficaz. Y con la llegada de 2023, su tiempo terminó.