El momento de la semilla certitificada

SPC
-

Emplear simiente de calidad puede suponer la diferencia entre la rentabilidad y las pérdidas, y más en campañas complicadas como la que acaba de concluir

El momento de la semilla certitificada - Foto: Diego Juste Conesa

El comienzo de la campaña de cereal se presenta incierto. Después de un año malo, con heladas tardías en algunas zonas y una sequía generalizada que ha hecho desplomarse la producción respecto a lo que se esperaba tras las lluvias que cayeron al comienzo de la primavera, los agricultores encaran la temporada de siembra con mucha precaución. A pesar de que los precios del grano están en niveles altos en general, el aumento de los costes, especialmente el de los fertilizantes, hace que la rentabilidad no sea excesiva y hay miedo a otro mal año, sobre todo teniendo en cuenta que en muchas comarcas de momento no ha caído el agua necesaria para afrontar la sementera con garantías.

Muchos profesionales se plantean cambiar la siembra de cereal por otras en principio más rentables debido a un menor uso de insumos, como el girasol o la colza; o prefieren sembrar grano R3 en vez de invertir en semillas certificadas. Sin embargo, dada la situación en Ucrania y la dependencia del exterior para el abastecimiento, es conveniente potenciar la siembra de trigos y cebadas y precisamente las semillas certificadas son la mejor opción para reducir la incertidumbre respecto a los rendimientos.

Javier Álvarez es técnico en variedades de cereal de la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (ANOVE). Expone que, «en años como el que hemos tenido, gracias a la mejora vegetal los agricultores, en general, han mantenido la rentabilidad de sus explotaciones a pesar del clima; de haber utilizado variedades de hace dos o tres décadas, los resultados habrían sido sin duda muy inferiores».

Álvarez explica que el periodo crítico para el cereal es el momento en el que la espiga grana. «Hoy en día ese periodo es de unos quince días, cuando hace unas décadas, con la semilla que se sembraba, duraba más de un mes». Cada día de ese periodo el agricultor está expuesto a perder cosecha. «En esos momentos, las temperaturas por encima de 30º o 31º son un problema; cada día que se sobrepasan esos grados puede suponer la pérdida de un 10% del rendimiento final, porque la planta pierde por evapotranspiración más agua que la que absorbe por las raíces». Por eso es tan importante que la mejora vegetal acorte ese lapso de tiempo y, además, consiga espigas más resistentes a la sequía, el calor durante esos días o las heladas (los inviernos castellanos siguen siendo duros y largos). El técnico de ANOVE cuenta que los obtentores vegetales llevan décadas trabajando en estos aspectos y por eso, a día de hoy, en años malos como este los agricultores salvan los muebles.

La prueba más palpable de estos avances es un estudio a pie de campo como el que ha llevado a cabo UPA. Se trata del tercer año en el que se cultivan unos campos de ensayo para comprobar la diferencia de rendimientos entre las semillas R1 y R2 con los de las R3; y los resultados hablan por sí solos. Pedro Ismael Martín es el coordinador de estos ensayos en tres localidades de Castilla y León: Cisla (Ávila), Castrillo Solarana (Burgos) y San Cebrián de Campos (Palencia) y ha compartido con Cultum algunos de los datos que salen de este estudio.

Uno de los más reveladores es el cultivo de trigo en tierras abulenses: la producción por hectárea de las semillas R1 y R2 ha sido de 2.330 kilos, mientras que con las R3 cae a 1.550; es decir, un 33% por ciento menos. Todo esto en parcelas situadas en el mismo lugar, con el mismo clima, el mismo laboreo y el mismo uso de fitosanitarios. La razón de esta diferencia está, precisamente, en que ha sido un año malo. A la sequía se unieron fuertes heladas tardías y un problema con hongos y es precisamente en circunstancias adversas donde la semilla certificada muestra todas sus ventajas. Un año bueno es bueno para todos, pero uno malo puede no serlo tanto cuando la semilla es certificada.

La siembra es el primer paso para obtener un buen rendimiento, pero si el insumo más significativo, que es el grano, no es de calidad, todo el proceso comienza con mal pie, por eso las semillas certificadas son tan importantes. A pesar de que supone un gasto mayor que una de reempleo (R3), la diferencia es muy pequeña si se compara con el precio de los fertilizantes o el gasóleo. Además hay que tener en cuenta otros factores, como que la necesidad de fitosanitarios será menor, con el consecuente ahorro y beneficio para el medio ambiente; y que las adversidades climáticas (cada vez más frecuentes y extremas) y los problemas sanitarios afectarán menos, lo que implica una mayor producción final que compensará con creces esa inversión inicial ligeramente mayor.

En definitiva, en un contexto en el que la soberanía alimentaria está cobrando cada vez más peso y siendo deficitarios en cereales, aumentar la producción es bueno tanto para el bolsillo del agricultor como para la población en general. Y las semillas certificadas obtenidas gracias a la mejora vegetal son uno de los pilares para lograrlo.

 

Estudios que avalan su uso.

Según demuestra el Informe Noleppa, elaborado por HFFA Research, el 67% del crecimiento de la productividad agraria europea se debe a las mejoras que aporta la obtención de plantas y semillas. El informe, al evaluar el valor de la mejora vegetal, subraya que «la obtención de plantas y la mejora de las variedades es una medida efectiva e indispensable para adaptar la agricultura a los nuevos desafíos del futuro y para contribuir decisivamente a lograr un mayor suministro de alimentos en el mundo». Este estudio estima que, sin las aportaciones de la mejora vegetal, los rendimientos agrícolas en la UE hubieran sido un 20% inferiores y los agricultores hubieran tenido un tercio menos de ingresos.

Por su parte, un informe elaborado por el Instituto Cerdà muestra que la mejora vegetal contribuyó a la economía española con 24.571 millones de euros entre 1990 y 2017. Solo en 2019, el sector obtentor inyectó a la economía nacional casi 1.000 millones de euros de Valor Añadido Bruto, lo que hizo posible ese año la creación de 16.000 puestos de trabajo. Y añade que las mejoras de la obtención vegetal han supuesto entre 1990 y 2018 una producción adicional de 14,7 millones de toneladas, es decir, el 11,5% de la producción en este periodo.