El hartazgo invade China

M.R.Y (SPC)
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Miles de personas desafían a las autoridades con masivas protestas contra las restricciones para frenar el coronavirus

Tres años han pasado ya desde que se registrase el primer caso de coronavirus en China, origen de una pandemia que puso al mundo en vilo. Y, mientras buena parte de la comunidad internacional ha relajado las prohibiciones impuestas para evitar la propagación de la COVID y ha retomado su vida normal, en el gigante asiático mantienen las severas restricciones que han permitido, en gran medida, que sea uno de los países con menos muertos por esta enfermedad. 

La conocida como política cero covid está frustrando a la población después de tanto tiempo. A la obligación de usar mascarillas y de someterse de manera permanente a pruebas PCR, los ciudadanos chinos siguen sufriendo duros confinamientos y repentinos que llegan a cerrar localidades de millones de habitantes por apenas una decena de contagios.

La gota que parece haber colmado el vaso fue lo ocurrido la semana pasada, cuando 10 personas murieron en un incendio en Xinjiang que llevaba 100 días confinado y ante el que las autoridades no actuaron por prevención a los contagios. Y, ante esto, la población ha gritado basta.

«No queremos PCR, queremos libertad» es una de las principales consignas que claman los miles de personas que han salido a las calles. De manera ordenada y pacífica, inicialmente. Pero la violencia ha llegado ante la represión de una Policía desbordada. Porque en China las protestas son una excepción y este desafío ha hecho revivir el fantasma de Tiananmén, la última gran revuelta vivida en la China continental, ante el temor de que esta sea solo la chispa que encienda una mecha contra el Gobierno de Xi Jinping, al que algunos han llegado a pedir su dimisión ante la falta de resultados de sus estrictas políticas.

Conocida como la revolución de las hojas en blanco, los manifestantes quieren evitar males mayores. Por eso, salen con folios en A4 sin nada escrito, para eludir que cualquier consigna pueda suponerles un problema. Además, ese papel virgen también es un guiño a la falta de libertad de expresión y a la censura permanente de Pekín.

De hecho, es la censura otra de las razones por las que los ciudadanos parecen haberse hartado. Muchos de los manifestantes critican que, mientras ellos están aislados, miles de personas se hacinan en los estadios de fútbol de Catar. La solución del Ejecutivo ha sido evitar que los planos de los aficionados salgan en las televisiones.

Mientras el descontento sube, el Gobierno intenta calmar los ánimos con una laxa medida: tratar de fomentar la vacunación entre los mayores. Porque la falta de inmunización en ese sector de la población es uno de los pilares de su política cero covid. Pero también aumenta la tensión con una respuesta violenta a los manifestantes -fuertes intervenciones policiales y duras detenciones-, quienes, lejos de amilanarse, parecen haber tomado impulso.  

Y es que las restricciones contra la pandemia solo son la punta del iceberg de una despiadada mano dura de un régimen que comienza a estar arrinconado por sus propias decisiones.