De la cruda realidad a la esperanza de la ficción

Magdalena Tsanis (EFE)
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Adam Nourou aspira al Goya como mejor actor revelación tras interpretar en 'Adú' la vida real de Massar, un joven adolescente que huyó de Somalia para evitar las violaciones de su tío

Nourou es un joven francés de 18 años que pertenece a la tercera generación de una familia de inmigrantes llegados desde las Islas Comoras. - Foto: David Fernandez

La cruda realidad que han vivido unos puede acabar siendo, por carambolas de la vida, la suerte de otros. Y eso es lo que le ha pasado a Adam Nourou, el actor francés de 18 años que está nominado al Goya al mejor actor revelación en la ceremonia del cine español que se celebrará en Málaga el próximo sábado. 

Nourou pertenece a la tercera generación de una familia de inmigrantes llegados desde las Islas Comoras y su papel en Adú, la película de Salvador Calvo que aspira a 13 cabezones, le ha hecho tomar conciencia del esfuerzo que hicieron sus abuelos.

«En mi familia no hay historias tan duras como las que se ven en la película, pero en mi entorno sí, conozco casos de gente que han venido en cayucos o a nado», explica el joven actor durante una visita a Madrid.

De la cruda realidad a la esperanza de la ficciónDe la cruda realidad a la esperanza de la ficción - Foto: David FernandezAdam no es Massar, el niño de 16 años que cruza el continente africano para llegar a España junto a Adú (Moustapha Oumarou), de seis, pero ambos personajes existieron en la vida real.

Calvo estaba rodando en Gran Canaria su anterior película, 1898. Los últimos de Filipinas mientras su pareja colaborada con un centro de acogida de refugiados en la isla. Fue así como conoció estas historias y a sus protagonistas.

Massar era un joven adolescente que había huido de Somalia porque su tío, un señor de la guerra, le violaba todas las noches. Él solo atravesó el Sáhara y llegó a Libia, donde le hicieron prisionero. Escapó al cabo de dos meses y consiguió llegar a Marruecos, donde estuvo prostituyéndose para poder pagar el viaje en patera a Canarias.

Calvo recuerda que Massar visitó el rodaje de 1898. Los últimos de Filipinas y que en otra ocasión lo llevaron al cine a ver X-men, en colaboración con CEAR. «Un día le estaban comprando ropa cuando le vieron unas manchas en la espalda, le llevaron al hospital, y a los tres días murió de sida terminal», recuerda emocionado.

El caso del otro niño, en el que se inspira Adú, es aún más escalofriante, aunque con mejor final. Llegó al centro de CEAR con su madre, solo que pronto se descubrió que esa mujer no era su madre y que pensaba entregarlo a una red de tráfico de órganos. A la mujer la detuvieron y el niño fue enviado a un orfanato en París.

Dice Nourou que si de algo le ha servido esta gran experiencia profesional es para darse cuenta del esfuerzo que personas como sus abuelos hicieron y hacen para dejar una vida mejor a sus herederos.

«No nos damos cuenta de la suerte que tenemos de vivir en Occidente, nosotros sufríamos rodando escenas de lluvia, frío, en el mar, pero al acabar volvías al hotel, mientras que esa gente se queda ahí y sigue sufriendo», subraya.

 

Formación profesional

La llegada al cine de Nourou ha sido un poco azarosa. Sus padres le apuntaron a él y a sus hermanos a una agencia de casting desde pequeños. «No era lo que más me gustaba, pero después de rodar Adú he sabido que esto es lo que quiero», señala. El año pasado terminó el instituto, se ha apuntado a una escuela de teatro y ya está rodando su próxima película en Francia.

Cuando anunciaron las nominaciones, el pasado 18 de enero, estaba en clase, así que al salir se puso el directo de Instagram de la Academia de Cine, avanzó hasta llegar a la categoría de revelación, y al escuchar su nombre, junto a los de Chema del Barco (El plan), Janick (Historias lamentables) y Fernando Valdivielso (No matarás), empezó a pegar gritos de alegría en medio del pasillo.