Vivir después del volcán

M.C.S-M.R.Y (SpC)-Agencias
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La impetuosa erupción hace un año del Cumbre Vieja sepultó de lava y angustia una parte de la isla de La Palma y dejó una huella imborrable de cenizas y destrucción que aún marca su día a día

Vivir después del volcán - Foto: Kike Rincón

Fue la erupción más larga y destructiva en la historia de La Palma. Durante casi tres meses, el paraíso canario se vio sometido al rugido impetuoso de esa naturaleza salvaje en la que reside su inmensa belleza. Y aún ahora, cuando el próximo lunes se cumple un año del despertar del volcán Cumbre Vieja, sus habitantes luchan cada día por cerrar las heridas que dejó abiertas la lluvia de lava y cenizas sobre sus tierras.

Tras semanas de temblores, ríos incandescentes de fuego extendiéndose por diferentes partes de la isla y oscuridad en forma de partículas en el cielo, en las que la prioridad fue ponerse a salvo, llegó el momento de hacer balance. La catástrofe se había llevado por delante la vida de una parte de sus habitantes, que han visto cómo todo cuanto tenían quedaba sepultado. 

En este pequeño e idílico rincón del océano Atlántico nadie esperaba algo así. «El volcán nos pilló de sopetón, es un acontecimiento que sobrepasa cualquier capacidad de reacción», recordaba hace unos días a los periodistas el biólogo Francisco García. 

«Ha sido la peor de todas las erupciones históricas de las que se tiene constancia en La palma. Mi abuelo, que ya ha visto tres, me lo contaba: este no tiene nada que ver con el San Juan, ni con el Teneguía, que era un espectáculo e iban a merendar mientras lo veían», relataba a la televisión pública Claudia Rodríguez, del Instituto Vulcanólogo de Canarias. 

Ella, como muchos expertos residentes en la zona cero, vivieron el acontecimiento con especial intensidad, tanto personal como profesional, y cree que ha supuesto un «puñetazo de realidad». Y no solo lo hicieron ellos, sino también los palmeros, que habían perdido, en cierto modo, la perspectiva del peligro que implicaba residir en un territorio volcánico activo. Los especialistas recuerdan que el archipiélago se creó a base de episodios similares. «Hay que estar prevenidos porque va a seguir sucediendo», insisten.

Es cierto, no obstante, que si algo ha marcado al Cumbre Vieja es su carácter impredecible. Un atributo que demostró desde el primer momento. Durante el enjambre sísmico que precedió a la erupción, los vulcanólogos prácticamente daban por seguro el desenlace que finalmente se produjo, pero no pensaban que fuese tan inminente, por lo que nadie estaba preparado cuando reventó el suelo en Cabeza de Vaca aquel domingo 19 de septiembre.

Incluso las previsiones apuntaban a una zona más al suroeste, en el entorno de Jedey, por lo que cogió más desprevenidos aún si cabe a los habitantes de los lugares cercanos, que recibieron de lleno las primeras descargas, como fue el caso del pueblo de Todoque. 

La bestia solo estaba empezando a despertar. En los días posteriores, el Valle de Aridane se convirtió en un escenario apocalíptico, sumido en una desesperada lucha contra el avance implacable del río de fuego que discurría ladera abajo engullendo todo cuanto encontraba a su paso. Familias enteras rescataron contra reloj lo que podían, mientras la destrucción a cámara lenta de sus casas y terrenos se convertía en la imagen viva de la tragedia.

Empezar de cero

Arrancados por la fuerza de sus hogares y de manera apresurada, muchos palmeros siguen luchando por recobrar la normalidad. «Los que peor lo llevan son los ancianos», dicen las autoridades, conscientes de que hará falta tiempo para que las heridas cicatricen y de que la desconfianza hacia las instituciones se acrecienta a medida que pasan los meses y las ayudas no llegan. 

Viviendo en hoteles, con amigos y familiares o en caravanas, todavía quedan multitud de personas sin realojar en las viviendas prometidas y a la espera de poder cobrar una indemnización. «Estamos desesperados», confiesan algunos, porque se han quedado sin casa y sin su sustento. 

Ese es el otro latido que aún suena descompasado en la isla: el del motor económico predominante en la zona. Las plantas plataneras siguen a medio gas, aunque esperan recuperar el 90 por ciento de su producción en menos de dos años.