Extravagante y bello Händel

Ilia Galán
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El Teatro Real apuesta por lo cómico en tiempos que quieren dejar de ser trágicos con 'Parténope' y bajo la maestría del compositor alemán

De izquierda a derecha: Brenda Rae, Nikolay Borchev, Teresa Lervolino, Anthony Roth y Lestyn Davies.

El estreno de Parténope, presidido por los Reyes, fue un éxito, pero dicho fervor ha continuado, espléndido. El Teatro Real apuesta por lo cómico en tiempos que quieren dejar de ser trágicos e Ivor Bolton ha vuelto, también tocando al clave, a mostrar su maestría con Händel, inspiradísimo, después de la afamada Rodelinda de 2017. No extraña que haya sido quien reciba los mayores aplausos. Esta es la primera ópera con aforo completo desde que estalló la pandemia.

El renacer de la música antigua y en especial de lo barroco que vemos en los últimos tiempos nos lleva ahora a uno de los autores más importantes y prolíficos de la música occidental, que nunca fue eclipsado. Beethoven murió con las partituras de Händel en la mesilla de noche y era estimadísimo por el músico de Bonn, así como del contemporáneo Bach, aunque este y otros, como Vivaldi, desaparecieron de la historia de la música. No así Händel, siempre estudiado. 

Los contratenores cada vez son más apreciados pues se prodigan más conciertos con ellos, después de verse tantos años postergados. 

La obra obliga a los actores a representar tonterías (i). Brenda Rae (Parténope) (d).La obra obliga a los actores a representar tonterías (i). Brenda Rae (Parténope) (d).Estamos volviendo a tiempos complejos y donde el artificio es evidente y continuo, como en el barroco, donde la verdad es medio verdad y los espejos apenas la reflejan. Véase también el Museo Guggenheim de Bilbao, de Gehry, para darse cuenta de cómo la arquitectura se pliega en movimientos convulsos y sorprendentes, como en un neobarroco.

Los contratenores nos recuerdan aquí un mundo de ambigüedades sexuales del que se nos predica incesantemente sus bondades, aunque ya no son castrati, pero llenan el Teatro Real con sus tonos, cuatro excelentes en estos repartos.

 

Frívola y ligera

Adaptación de un texto de Stampiglia repetidas veces utilizado en otras obras, como la de Caldara, a quien Händel pudo tratar en Venecia (1710), es la primera obra que, sin llegar a cómica, no pretende desarrollar un tema heroico o demasiado serio y, de hecho, fue rechazada en la Royal Academy por frívola, depravación propia de italianos e inadecuada, escandalosa, para Inglaterra. Cuatro años después (1730) la terminó, dos semanas antes del estreno, en el King's Theatre. El tema es ligero -celos, amores- y se combina con breves arias y una acción ágil. Händel viajó a Italia en busca de castrati e, incluso, quiso contratar, sin lograrlo, al célebre Farinelli para reactivar la vida operística londinense con los mejores cantantes de su tiempo. Una reina caprichosa y rodeada de pretendientes es fútil y se deja asediar por unos y otros mientras otra se viste de varón para recuperar y vengarse de su amante, que huyó de ella. Dieciocho representaciones logró y consolidó al compositor germano e italianizado que conquistó la escena británica.

La escenografía intenta ser un homenaje al origen de las vanguardias artísticas del siglo XX, con referencias explícitas a Man Ray. Elegante escenario, distrae con unas actitudes y representaciones que apenas tienen que ver con el diseño del libreto. Apolo invoca a la reina de la ciudad, pero vemos un salón burgués, vestidos como en la belle époque jugando a las cartas, a donde llega el príncipe armenio, de un naufragio, vestido de traje moderno. Máscaras de gas pululan en torno a Parténope, la reina de Nápoles, que parece una señora antojadiza, en una transposición que más que surrealista es a menudo ridícula y obliga a los actores a representar tonterías, a arrastrarse o colgarse de una escalera o a mostrar objetos patéticos -hacha colgante- tirarse y cantar tumbados... Mejor sería un Händel clásico, con pelucas o atemporal, que esta patética demostración de la decadencia anglosajona (Brexit, Trump...) que ponen como reina de Inglaterra en una película histórica a una actriz de raza negra, etc. Aquí llaman surrealismo a lo simplemente estúpido. Estas pretenciosas modernidades ya resultan viejunas y demodés. Cuando van a la guerra, se hacen fotos; un casco alemán de la I Guerra Mundial y una escopeta es lo que hace de símbolo. Las escenas de los reyes, Arsace o Parténope, en el retrete, con papel higiénico ya ni siquiera escandalizan y distan mucho de resultar cómicas: son repetitivas, así como algunos gestos procaces propios de adolescentes. La traducción, como suele ser habitual, es infiel al texto, como algunos personajes, ¿para qué?

Sin embargo, la decoración es de buen gusto, pese al tinglado pensado por Alden y al tono charlestón, y la iluminación está cuidadísima.

En una partitura mutilada en las representaciones londinenses, hay aquí cierta reconstrucción que impide le afecte al personaje de Parténope. Rosmina, la reina de Chipre (la mezzosporano Daniela Mack) travestida para pillar a su amante traidor, Arsace (Franco Fagioli), de vicioso aspecto, hace un buen papel en el segundo reparto pues cuenta con cantantes excelentes, aunque a veces se echa de menos algo más de potencia en sus voces. 

La figura central, Parténope (Sabina Puértolas), con una tesitura peculiar, afronta un papel tremendamente exigente con la voz; sin embargo, se crece con la escena y es todavía mejor actriz, continuamente en movimientos bravíos y sensuales, pero casi es superada por el contratenor que hace de rey de Rodas, Armindo (Christopehr Lowrey), brillantísimo, perfecto. Correctos Juan Sancho o Gabriel Bermúdez en sus papeles como Emilio y Ormonte.

El conjunto es un gran espectáculo de música excelente y brillantísima que anima a disfrutar de más obras barrocas, más piezas que, sin necesidad de travestirlas, son por su belleza y complejidad siempre actuales.