Cansados de mentir

Jaime León (EFE)
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Los jóvenes comienzan a saltarse en público las férreas restricciones impuestas por Irán que ya se rompían en privado

Muchos iraníes viven dos vidas, una pública en la que cumplen con las estrictas normas de comportamiento de la República Islámica y otro privado en la que rompen todos esos preceptos, una dinámica con la que quieren acabar las protestas que sacuden Irán. Esa doble vida no conlleva bacanales ni tórridos desenfrenos, sino cuestiones más bien mundanas: tomarse una cerveza, soltarse el pelo, bailar o montar en motocicleta.

La República Islámica, fundada por el ayatolá Ruhollah Jomeini en 1979, prohibió la música, el alcohol, las discotecas, los juegos de apuestas, los deportes mixtos, las relaciones sexuales fuera del matrimonio e impuso la segregación por sexos en muchos ámbitos, entre otros vetos. Estas limitaciones fueron más duras para las mujeres, a quienes se cubrió con velo -sin esa prenda estaban «desnudas», aseguró Jomeini- pero también se les prohibió conducir motos o bicicletas, cantar en público o la práctica de algunos deportes.

«Que las mujeres monten en bicicletas o en motocicletas puede extender la corrupción y, por lo tanto, está prohibido», afirmó hace años el líder supremo de Irán, Ali Jamenei, sucesor de Jomeini.

A lo largo de las últimas décadas, algunas de esas prohibiciones se han flexibilizado: la música iraní es permisible ahora, las mujeres pueden cantar para un público femenino y se las puede llegar a ver en bicicleta por las calles de Teherán.

Pero aun así existen multitud de limitaciones, que muchos en el país se saltan a nivel privado cuando pueden. «Voy a conciertos de heavy, no me pongo el velo, me encanta el sexo sin estar casada, soy atea y nunca voy a rezar», resume una iraní, que en cuanto puede ignora las normas de comportamiento de la república. «¿Por qué me tienen que decir lo que puedo o no puedo hacer?», se pregunta.

Una postura que adoptan muchos en Teherán. Un paseo por la noche revelará que se celebran multitud de fiestas, como delata la música, generalmente estadounidense, que se escucha desde las ventanas de algunas casas. Los tejados están llenos de antenas para captar canales extranjeros, en teoría prohibidos, mientras que hay mujeres que conducen motos disimulando sus cuerpos con ropa ancha. También es posible circular en un taxi mientras suena Julio Iglesias y el conductor dedica la carrera a dejar clara su admiración por el cantante.

Muros de intimidad

En realidad esta separación de la vida pública y privada no es nueva, es una tradición milenaria, que explica por qué las casas están rodeadas de muros para preservar la intimidad.

«Los iraníes operan en dos mundos, uno público y otro privado. Es como siempre se ha vivido en Irán, con reyes o ayatolás», recuerda la periodista Elaine Sciolino. «El contraste es mucho mayor, sin embargo, con los ayatolás, quienes han establecido estrictos límites acerca de qué constituye un comportamiento aceptable en público y en ocasiones en privado», añade.

Durante estos 43 años, los iraníes han levantado altos muros -metafóricos- entre su vida privada y pública, algo que las nuevas generaciones no parecen dispuestas a aceptar. «No quieren vivir dos vidas: una pública, siguiendo las normas del sistema, y otra privada y genuina», apunta el analista Sina Toossi.

Esta generación de los 1380 (según el calendario iraní, los nacidos desde el año 2000) es la que se ha echado masivamente a la calle desde la muerte, el 16 de septiembre, de Mahsa Amini tras ser detenida por la Policía de la moral. Empezaron protestando la muerte de la joven kurda y la obligatoriedad del velo, pero ya piden el fin de la República Islámica con gestos impensables hasta no hace mucho tiempo: queman velos al grito de «Mujer, libertad, mujer» y rompen la segregación por sexos en los comedores universitarios, para escándalo de las autoridades. Además, cada vez se ve a más mujeres sin tapar su cabeza por las calles.

Estos actos de desobediencia hasta ahora se llevaban a cabo a escondidas de las autoridades, en especial de la Policía de la moral, para evitar problemas.

«En Teherán mentir es una cuestión de supervivencia», asegura la periodista Ramita Navai.«Las mentiras, por encima de todo, son una consecuencia de sobrevivir en un régimen opresivo, de estar gobernados por unas autoridades que creen que debe interferir en los aspectos más íntimos de sus ciudadanos», continúa.

Pero los jóvenes se han cansado de mentir. «Hasta ahora nos escondíamos de la Policía, pero ya no queremos hacerlo», afirma Soheila, una médico de 33 años, cansada de las restricciones bajo las que tiene que vivir. «¿Estamos locos?», se pregunta.