Cien días de luna de miel

Agencias
-

La crispación generada durante el mandato de Trump ha dado un paso atrás en un país que aún busca recuperar su unidad

El orden ha vuelto a la Casa Blanca en los 100 primeros días de Joe Biden, un presidente cuyo pragmatismo y discreción le han deparado un comienzo más productivo que el de sus predecesores, aunque no ha podido cumplir por ahora su principal promesa: unir a un país profundamente polarizado.

Biden, cuyo centésimo día en el poder se cumple hoy, asumió su cargo en los estertores de uno de los sucesos más graves de la Historia de EEUU, un asalto al Capitolio espoleado el 6 de enero por el entonces mandatario, Donald Trump, que envenenó a sus seguidores con la mentira de que le habían robado las elecciones.

En su discurso de investidura, el 20 de enero, el demócrata pidió apostar por la «unidad» y dejar atrás la «guerra no civil» entre demócratas y republicanos; pero casi tres meses después, en marzo, el 74 por ciento de los votantes conservadores seguían sin reconocerle como ganador legítimo de los comicios.

La polarización ya no absorbe todo el oxígeno de Washington como ocurría durante la era Trump, pero sigue asomando la cabeza en los debates sobre inmigración, restricciones al voto, racismo y brutalidad policial o las vacunas contra la COVID-19, entre otros temas.

Sin embargo, el dirigente ha disfrutado de algo parecido a una luna de miel en sus 100 primeros días, un período que suele usarse en EEUU para medir el éxito de un presidente justo después de llegar al poder, cuando su capital político es mayor.

La fijación del país por este plazo proviene del gran referente político de Biden, Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), un mandatario que, como él, llegó a la Casa Blanca en un momento de profunda crisis e impulsó grandes reformas sociales. Al contrario que Roosevelt, que gobernó con amplias mayorías demócratas en el Congreso y aprobó 15 leyes en sus tres primeros meses, Biden ha tenido que lidiar con un Senado en el que la oposición republicana controla la mitad de los escaños, y una Cámara Baja donde el dominio demócrata es mínimo.

Ese contexto no ha evitado que el demócrata se anote un gran logro legislativo en sus 100 primeros días: un paquete de estímulo económico de 1,9 billones de dólares que incluye medidas para recortar a la mitad la pobreza infantil.

La batalla para conseguirlo reveló mucho sobre la filosofía del dirigente: por más que ensalce la unidad en sus discursos, no dudó en aprobar su primera prioridad sin ningún voto republicano ni ninguna concesión, al contrario que Barack Obama, que se conformó en 2009 con un rescate mucho menor para apaciguar a la oposición. Al contrario que su «amigo» -como le gusta llamar al expresidente-, Biden, al menos por ahora, no se ha dejado lastrar por las opiniones de sus detractores.

 

Adiós a la polémica

El 67 por ciento de los estadounidenses apoya el plan de rescate, mientras que el 72 por ciento aprueba su trabajo en la campaña de vacunación, incluido el 55 por ciento de los republicanos, según una encuesta publicada esta semana. Sin embargo, la popularidad del propio Biden es más moderada: entre un 53 y un 59 por ciento, un nivel similar al que obtuvo Bill Clinton (1993-2001) en sus 100 primeros días. Aunque saca peor nota que Obama o George W. Bush, que rebasaban el 62 por ciento en ese plazo, su tasa de aprobación es muy superior a la de Trump, que apenas rozaba el 42 por ciento.

Mientras que su predecesor parecía nutrirse de las polémicas y las azuzaba a diario en los medios y en Twitter, el demócrata ha devuelto la calma a la Casa Blanca, donde cada mensaje está cuidadosamente diseñado, no hay anuncios de madrugada y sus comparecencias son más contadas. De hecho, Biden ha hablado mucho menos en público que anteriores presidentes, con una sola rueda de prensa en sus tres primeros meses, y aunque eso le ha generado algunas críticas, también ha aliviado a quienes añoraban tener, por fin, un líder que no busque constantemente el protagonismo.