Hace 60 años, el Mosad secuestró al nazi Adolf Eichmann en Buenos Aires para juzgarlo en Jerusalén. Una operación de película que enfrentó a Israel y Argentina hasta que su juicio, retransmitido al mundo, estremeció al dar a conocer la macabra maquinaria creada en Europa para exterminar a los judíos.
Tras años de investigaciones, pasaportes falsos y secretismo, un operativo israelí culminó en la captura de Eichmann el 11 de mayo de 1960. Lo atraparon a su vuelta del trabajo, lo metieron en un coche y lo escondieron en una casa franca hasta que consiguieron trasladarlo clandestinamente a Jerusalén, sedado y disfrazado de piloto en un vuelo que hizo escala en Dakar.
El 23 de mayo, el primer ministro hebreo, David Ben Gurión, anunció que el criminal estaba encarcelado en Israel, pero omitió nombrar el país en el que se había escondido. Tras varios días de especulaciones, una revista norteamericana desveló finalmente que era Argentina. Al conocerlo, el Gobierno de la nación sudamericana demandó que entregasen al prisionero, declaró persona non grata al embajador israelí en Buenos Aires y protestó ante la ONU. La crisis duró solo un par de meses. Tel Aviv pidió perdón en una nota en hebreo de 49 palabras y su receptor dio por normalizadas las relaciones.
Aún así, la comunidad judía en Argentina -entonces con unas 250.000 personas- fue la que sufrió las consecuencias con una cadena de ataques antisemitas. El caso de Graciela Sirota, en 1962, fue el más atroz: el secuestro de una joven de 19 años a quien torturaron y tatuaron con una navaja una esvástica en el pecho, en venganza por la captura del criminal de guerra.
Eichmann, teniente coronel de las SS, fue uno de los encargados en aplicar la Solución final para aniquilar a los judíos europeos. Por esta razón, la misión de captura de denominó la operación final.
El asesino nazi llegó a la provincia argentina de Tucumán con la identidad de Ricardo Klement y un pasaporte falso que le había facilitado El Vaticano. «Después de dos años, se mudó con su familia a Olivos», en Buenos Aires, donde lo fotografiaron por primera vez y donde se desarrolló la operación de captura, detalla el exagente hebreo Avner A.
La Inteligencia israelí consiguió acceder con el coche hasta las pistas de despegue con un tal Zeev Zijroni, gravemente enfermo. Era Eichmann, sedado. Un miembro del Mosad había entrado con este nombre falso días antes, lo que permitió la huida de Argentina sin sospechas.
Un proceso necesario
El Gobierno de Ben Gurión sabía de los problemas legales que esta operación podría tener en el marco del derecho internacional, pero tomó la decisión teniendo en mente la importancia del juicio, no solo por la alta responsabilidad de Eichmann en el exterminio, sino porque eran décadas en las que avanzaba el discurso negacionista del Holocausto.
El juicio comenzó en Jerusalén en abril de 1961 con decenas de judíos en la sala a los que el asesino, protegido por una vitrina blindada, evitó mirar. Fue condenado a la horca por crímenes de guerra y contra la Humanidad y murió un año después en la única aplicación de una pena capital en suelo hebreo.
«De repente, toda la gente en Israel y el mundo aprendió de 120 testigos la historia real», asegura Avner.
El asentamiento de los supervivientes del Holocausto en Israel no fue fácil. Sufrieron cierta incomprensión y estigma. «Hasta el juicio les decían: ¿por qué no os enfrentasteis a los nazis? ¿por qué no escapasteis de los campos?», explica.
Tampoco conseguían hablar del traumático pasado: las nuevas generaciones apenas conocían la dimensión del Holocausto contado por quienes lo sufrieron. La radio, durante el juicio, retransmitió con detalle cada vivencia. Cambió para siempre la percepción. Avner cree, de hecho, que este fue el objetivo de la misión. Utilizar a Eichmann para trascender y rescatar la Historia.