¿Delenda est Monarchia?

Carlos Dávila
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El destinatario final de esta estrategia barrenera de echar a Don Juan Carlos, con la que se busca aniquilar el modelo liberal, no es la Corona sino España

Felipe VI en una imagen del pasado 18 de febrero cuando presidió un Consejo de Ministros en la Zarzuela con todos los miembros del Gobierno de coalición - Foto: EFE

Gredos, junio de 2011. Convocado por un amigo agricultor, patriota y probable colaborador en algún momento de los Servicios Secretos españoles, acudí a su finca de caza. Allí esperaba un individuo fibroso que, casi sin saludar, me espetó este largo exordio: «He sido durante 10 años jefe de la estación del Centro Nacional de Inteligencia en Caracas. Desde allí he venido informando a mis superiores de las actividades de individuos españoles, entre ellos, Iglesias, Errejón, Monedero y profesores ínfimos de universidad que han cobrado cantidades ingentes de dólares por asesorar al régimen de Chávez y por articular un documento específico sobre la posibilidad de asentar un régimen comunista, al estilo bolivariano, en España y, más tarde, sin renunciar a nada, en muchos lugares de Europa. Se trataba en este documento de volar el régimen institucional de 1978 y, naturalmente, de revocar la Monarquía. Sobre todos estos pormenores he venido informando regularmente a Madrid y nunca he recibido ni respuesta, ni, mucho menos, instrucciones de comportamiento. Me han dejado solo».

 El hombre se extendió en otras aclaraciones durante un largo plazo. Estúpidamente no le tuve en cuenta; me resultó una información entonces insignificante. Días después de este encuentro pregunté a mi anfitrión: «¿Qué ha sido de él?». Me contestó literalmente: «No tengo la menor noticia. Su mujer, que está en Francia, tampoco sabe nada de él, tal parece que se le ha tragado la Tierra». Sospechando alguna incidencia desagradable, me dirigí a un agente conocido del CNI para interrogarle sobre este sujeto. Esta fue su réplica: «No preguntes más por él». Así de suave, así de rotundo.

 He recordado esta pasada semana este episodio porque lo ocurrido con el Rey Don Juan Carlos, su salida incógnita de España, el enojo absoluto de la facción leninista del Gobierno y el silencio cómplice de Sánchez, ya de veraneo, parece que resulten al fin la primera etapa de lo pronosticado por nuestro hombre. 

La opinión muy generalizada entre las personas influyentes de este país, los que construyen todos los escenarios posibles sobre el porvenir de nuestra nación, es que quien crea que, tras la salida inopinada del que ha sido el Rey más festejado del mundo durante décadas, que la Monarquía ha salido reforzada, yerra profundamente, de cabo a rabo. La imagen prioritaria que se ha extendido tanto dentro como fuera de España (no hay más que leer las titulaciones de diferentes periódicos extranjeros) es la de un Rey, el actual Felipe VI, debilitado y azuzado por un Gobierno, el suyo, que juega a dos barajas: por una, la facción más cínica, la de Sánchez, manifiesta como de trámite, su arropamiento al Monarca, y por el sector comunista de Iglesias y Montero que insulta a Don Juan Carlos, le llama fugitivo y le echa en cara que no se haya quedado en España para devolver el dinero que, según éstos, ha robado y para comparecer ante la Justicia como un delincuente más. Este grupo, que es el que lleva, sin duda, la voz cantante, ya ha empezado a relacionar penal y políticamente al hijo con el padre, sugiriendo, sin ambages, que el primero es cómplice del segundo. Sin reparar en barras y en un Ejecutivo que, en teoría y constitucionalmente, es el del Rey Felipe VI.

 Para luchar contra esta operación de derrocamiento de la Corona y, después, del propio Sistema del 78, no ayuda en absoluto la «Operación salida» del Rey Emérito, realizada con visos indudables de clandestinidad y sin un destino conocido de antemano. Tal parece que se haya querido «exiliar» al Rey (un verbo que deplora la Zarzuela) unos cuantos años, sin imputación alguna como el miércoles dictó el Tribunal Supremo. 

Mientras, el propio afectado reconoce en la carta dirigida a su sucesor que su marcha no es permanente, de ahí que utilice la expresión «en estos momentos», nadie de España, y menos aún el Gobierno del Frente Popular, apuestan por un tiempo medido y perentorio de ausencia; es más: el público, en general, ha dictaminado que Don Juan Carlos no regresará a España si no es llamado por la Justicia. 

Soledad

En este sentido, la soledad de Don Felipe VI es clamorosa; se le ha despojado del socorro de su familia y se encuentra al pairo de la embestida procedente de su mismo Gobierno. Esto no tiene precedentes. Don Felipe se ha quedado sin paraguas para soportar el próximo chaparrón que acaecerá más pronto que tarde, y carece del cortafuegos de una Casa del Rey más activa. Da la impresión de que sus colaboradores más cercanos no saben cómo afrontar el terrible tsunami al que está sometiendo la Corona.

 Y es que, el destinatario final de esta estrategia barrenera no es Felipe VI, ni siquiera la Corona; es la propia España. Probablemente se trata de aniquilar nuestro modelo liberal para convertirlo en una sucursal, en una franquicia, de los regímenes leninistas de Iberoamérica. En último término, la postrera víctima de esta operación es Europa entera. Sumida en una crisis sin precedentes, antes incluso del Coronavirus, y carente de líderes capaces de oponerse a la irrupción bélica de Rusia, Turquía o, más lejos, China, es objeto de una tribulación histórica de la que se desconoce el desenlace. 

 Caído en España, porque está caído, el artífice, el «motor», como se decía entonces, de la Transición, el siguiente enemigo a batir es su hijo Don Felipe. Los destructores, Sánchez e Iglesias, lo tienen fácil. Esta sociedad española está dormida, confinada en sus abulias y sus miedos, sin ánimo alguno de resistencia. Los artificieros de la situación han intentado, con éxito, disfrazar este momento de nuestras vidas como un episodio más de la voraz prensa rosa, con una individua descabechada y ahíta de odio, y una estrategia pensada y ejecutada, paso a paso, allende nuestras fronteras. Aquí, ya nadie responde. A lo más, las gentes en los coloquios veraniegos, se duele estúpidamente con un ¡por Dios, por Dios!, que nada puede arreglar. 

A ellos, todos nosotros, nos corresponde rememorar aquella frase infalible del irlandés Burke, el zurriago de la Revolución Francesa: «Para que los malos ganen solo hace falta que los buenos no hagan nada». ¿Delenda est Monarchia? No soy nada optimista al respecto.