30 años del adiós de Alfonso Guerra

C. G. de Rivera (EFE)
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Entre militantes con lágrimas en los ojos, el vicepresidente socialista anunció su salida del Gobierno lastrado por un caso de corrupción

30 años del adiós de Alfonso Guerra - Foto: RAUL PASTOR

No eran tiempos ni de digitales ni de redes sociales, por lo que el bombazo de la salida del Gobierno de Alfonso Guerra saltó aquel 12 de enero de 1991 por los teletipos y las cadenas de radio, pendientes ese sábado del clásico Real Madrid-Atlético de Madrid.

Guerra, vicepresidente del Gobierno desde la histórica victoria del PSOE en 1982, número dos del partido y mano derecha de Felipe González, anunciaba su renuncia al cargo en Cáceres, en el acto de clausura del congreso de los socialistas extremeños.

«Me propongo, pues, dejar mis actuales tareas de gobierno para dedicarme íntegramente a mi responsabilidad en la dirección del Partido Socialista», soltó ante la sorpresa del auditorio y gritos de «¡no, no!». Explicó que era el momento de hacerlo para facilitar los cambios que el presidente quería introducir en el Gabinete y tras haber recibido el apoyo de los ciudadanos en las elecciones andaluzas.

El vicepresidente aludía así al denominado caso Guerra, el escándalo de corrupción de su hermano Juan, por el que habían pedido su dimisión el PP, IU y el Grupo Mixto.

González le había aceptado la dimisión días antes y muy pocas personas estaban al tanto. Al alcalde de Sevilla, Manuel del Valle, se lo comunicó en el coche en el que viajaban camino de Cáceres y ya en esta ciudad se lo adelantó a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, José Bono y Francisco Fernández Marugán. También estaba con ellos Alejandro Cercas, miembro de la Ejecutiva federal, que recuerda que la noticia les dejó «impactados». «Sabíamos que había problemas entre Felipe y él pero no hasta el punto de que fuera a dimitir», comenta Cercas, que apunta que Bono se enfadó.

La marcha se gestó el 1 de enero, tras una carta que le envió González erróneamente fechada en 1990, un año antes, y que Guerra recibió el día 3, relata el vicepresidente en sus memorias. En ella le transmitía que para afrontar el horizonte esperanzador del país hacía falta «coraje político» y que por ello estaba decidido a remodelar el Gobierno. Pero antes había que decidir sobre la continuidad de Guerra.

«De la lectura de la carta se desprendía un proceso mental difícil para decir lo más cuidadosamente posible lo que era un convencimiento o una voluntad, la conveniencia de mi salida del Gobierno, aunque (González) reiterara que no se lo plantearía en caso de que yo optara por la continuidad. Tuve clara mi decisión», asegura Guerra.

El 8 de enero se vieron las caras en la Moncloa; Guerra presentó su renuncia y hablaron de posibles ministros. «Dos meses más tarde (González) anunciaría un Ejecutivo que nada tenía que ver con el que habíamos dejado, según él, cerrado», escribiría Guerra en 2006.

Enorme desgaste. La dimisión puso fin a un 1990 de especulaciones sobre la marcha del vicepresidente y la remodelación del Gabinete, en el que se habló del desgaste provocado por el caso Guerra y del distanciamiento con el presidente, que llegó a ligar su futuro al de su número dos en los peores momentos del escándalo.

En noviembre, el congreso federal se saldó con el triunfo del sector guerrista sobre el renovador, una derrota que reconoció el ministro de Economía, Carlos Solchaga.

Cercas cree que si entonces hubiera habido redes sociales se hubiera «desbordado» la lectura «más felipista» de la prensa, mayoritariamente favorable a situar al partido en una posición socialdemócrata que veía a Guerra con «reticencias».

Su salida abrió una nueva etapa en el socialismo al consumarse la separación de las funciones del Gobierno y del partido, al que Guerra se dedicaría ya en exclusiva.