"La gente que pierde en la Historia gana en la memoria"

María Albilla (SPC)
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"La gente que pierde en la Historia gana en la memoria"

En la vida hay que hacer millones de elecciones y entre ellas se puede hasta decidir de dónde ser o no ser en cuanto a la identidad se refiere. El escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966) se debatía entre sentirse andaluz tirando a Málaga, la tierra de padre; o castellano sintiendo las raíces salmantinas de los padres de su madre. Y optó por la segunda, pese a que no se oiga muy a menudo que uno sea «mesetario» por vocación. Con su última obra, titulada precisamente Castellano, cabalga entre el ensayo, la historia y la biografía para recordar la revuelta de los comuneros contra Carlos I de España y V de Alemania en 1521, un sueño de orgullo y libertad que marcó la identidad española.

 

¿Cuántas personas cree que se reconocerán con vehemencia en el título Castellano?

Pues no lo sé, la verdad. Castilla ha cuidado poco el estímulo de la identidad. Cosa que, en parte, tampoco me parece erróneo. Si me das a elegir casi es mejor quedarte corto que abusar. Cualquier persona que no esté a distancia excesiva de sus raíces en Castilla lo hará. Las mías están relativamente lejos. Los últimos que vivieron en un pueblo castellano fueron mis abuelos maternos y yo sí siento la conexión con Castilla, con el espíritu castellano y, sobre todo, con el carácter de los personajes de esta historia. Es gente que intenta defender lo que cree justo y no se resigna a ser vasallo de quien percibe como un déspota.

 

¿De qué manera nos marca el de dónde venimos? ¿Es necesario ese sentimiento de pertenencia a un lugar en un mundo globalizado?

Yo creo que sí nos marca. Pienso que cuando alguien intenta sostener que no tiene ninguna herencia, que va por ahí como un electrón que no se somete a ningún núcleo, no se conoce bien. Yo identifico perfectamente los rasgos que me dejaron mis antepasados andaluces y, con más peso, los castellanos. Y claro que nos marca. Al final está en nuestra sangre y en lo que nos enseñaron personas que a su vez aprendieron de otras personas, que a su vez aprendieron de otras personas... Es una herencia que recibes aunque no seas consciente de ella. Luego está el apego o el anclaje que uno decida tener a esas raíces, y eso sí es muy personal. Hay quien hace de esa pertenencia el eje de su vida, como todos sabemos, pero yo no llego a tanto.

 

Usted es castellano y «mesetario» por elección, una vocación que sintió de joven estado un verano en Villafría (Burgos). ¿Qué cualidades y qué defectos ha encontrado en el carácter para adscribirse a él?

Nuestras virtudes y nuestros defectos son las dos caras de una misma moneda. Lo que siempre percibí de mis antepasados castellanos fue una seriedad, una solidez, una forma muy cabal del ver el mundo. Y a la vez, una contención, un no caer en los excesos ni en lo gratuito. Y todo eso me parecen virtudes. Además, el castellano que se ha mantenido apegado a la tierra ha tenido que tener una disciplina y una capacidad de sacrificio inmensa para poder salir adelante en un tierra tan dura por las inclemencias del tiempo y del poder, que la abandonó hace prácticamente 500 años. En la parte oscura, y la propia revolución de las comunidades lo demostró, está un cierto maximalismo. A veces hay que controlarse un poco y negociar. El mismo problema que se planteó en Castilla cuando vino Carlos I lo tuvieron en Aragón. Él vino a sacar dinero de todas partes. Los aragoneses negociaron y pagaron. Los castellanos no y les aplastaron. A los castellanos les falta un poco de sentido práctico.

 

¿Cree que hay connotaciones diferentes entre alguien que dice que es catalán, vasco o andaluz y quien dice que es castellano? ¿Y por qué algunos miran con desdén a otros?

Pues mira, hay una diferencia muy grande. La identidad andaluza, gallega, asturiana, catalana, valenciana... Cualquiera de ellas tiene prestigio. La castellana no. Por eso tiene más mérito. No quiero entrar en el juego de que haya unas mejores que otras, pero es verdad que es más fácil reivindicarse como catalán, con un montón de subversiones del poder público, que reivindicarse castellano que, para empezar, no tiene una Comunidad Autónoma de referencia porque está troceada en seis o siete y muchas de ellas incluso cultivan su carácter no castellano.

 

Es que puede ser castellano de Madrid, de Toledo o de Soria. ¿Cree que es una identidad compartida o el de Madrid es madrileño, el de Toledo manchego y el de Soria castellano?

Y es muy curioso porque en el siglo XVI todas esas ciudades estaban sentadas en la misma mesa solidarizándose frente a un poder superior. Madrid, que también busca diferenciarse, ha sido parte del Reino de Toledo y fue conquistada por Castilla dentro de ese pack. En la revolución de 1521, el embrión del ejército comunero que acude a socorrer Segovia son milicias de Toledo y de Madrid, así que es una ciudad castellana y comunera a todos los efectos.

 

A veces Castilla es el propio enemigo de Castilla. ¿Haría falta hoy un poco de ese espíritu comunero para reivindicarse?

Castilla en parte tiene esta situación de fragmentación y casi insignificancia política en el concierto de la España contemporánea porque los castellanos, en cierto modo, han transigido. Cuando terminó la guerra, la represión del emperador fue feroz. Primero decapitó, luego dejó de decapitar, pero arruinó a los ciudadanos y a las ciudades para pagar las guerras. Los castellanos, al final, al verse tan duramente reprimidos, cada uno optó por la observación individual y por acatar que el imperio era inapelable. Quizá desde entonces ese carácter de insumisión se ha apagado y ha faltado la capacidad de reivindicarse.

 

¿Arrastramos complejos o es que nos vendemos mal?

Castilla se vació en América, se vació en el Levante, en el País Vasco, en Madrid... y se ha quedado con muy poca gente. ¿Qué insurrección va a haber? Su gente ha terminado siendo otra cosa. Se ha aceptado la castellana como la identidad por defecto de España, pero también que es menos atractiva que ser celta o catalán.

 

Sin embargo, en el siglo XVI, Castilla se anticipó de alguna manera a la modernidad.

Con prestigio o sin él, esta tierra fue la creadora de la lengua que hablan 500 millones de personas y se anticipó bastantes siglos a las revoluciones modernas. Tuvo una idea distinta del estado medieval. Cuando el rey y el pueblo eran vistos como un cuerpo místico, Castilla es la primera en decir que el rey y el reino son cosas distintas con intereses contrapuestos y el que prevalece en caso de disputa no es el del monarca, es el del reino.

 

¿Cómo influyó aquello en el país que somos hoy?

Esa idea está en los capítulos de Tordesillas que aprueban los comuneros y mandan a Carlos I -y él rechaza enfurecido-. Y ese espíritu está luego en la Constitución de 1812 y en las liberales del 19. Modesto Lafuente se inspira en los capítulos de Tordesillas para hacer la Constitución de 1856. Azaña también reivindica en 1931 la herencia comunera y esa revolución que por primera vez pone en el centro como sujeto político a las clases medias productoras y trabajadoras. Esto, al final, también está en nuestra Carta Magna.

 

¿Es entonces de los que piensa que la lucha de Padilla, Bravo y Maldonado estaba justificada por la libertad y la justicia frente a un monarca opresor y no que instigaron una revuelta antifiscal?

Esa es la otra versión de los hechos. Evidentemente, hay elementos de revuelta antifiscal también y es interesante tenerlo en cuenta. El impuesto que quiso imponer el emperador recaía sobre los pecheros que, para entendernos, eran los que pagaban el IRPF. Los nobles estaban exentos. El propio Padilla lo estaba. Hay, además, otros elementos que hacen dudar de que esta fuera su única pretensión. Padilla y su mujer, María Pacheco, eran titulares de una cosa que se llaman juros, una especie de deuda pública. Esto quiere decir que cobraban de los impuestos, lo que significa que pretendían abolir algo que para ellos era una fuente de ingresos. Y eso lo dice la propia María Pacheco.

 

Al hablar de los comuneros de Castilla nos solemos referir al trío de Villalar, pero precisamente María Pacheco, «la guardiana de la revolución castellana», merece mención aparte. ¿Qué papel jugó en la resistencia de Toledo?

Los cronistas imperiales trataron fatal a María Pacheco. Como si fuera una dominanta, una manipuladora... Yo creo que es una mujer que lo que hace es seguir a su marido y lo dice su propia familia. Cuando él muere, asume la triple responsabilidad de mantener el legado de su esposo para que ni su muerte ni su revolución hayan sido en vano, salvar al máximo los bienes y el futuro de su hijo y que Toledo y los toledanos que les han seguido puedan negociar una rendición honrosa que no tuvieron ni Valladolid, ni Segovia. Y realmente lo consigue.

 

¿Qué papel tuvo Juana de Castilla, la legítima soberana del reino, a la que acudieron los revolucionarios?

Carlos no debería haber sido rey, sino el regente de la reina incapacitada, pero la desplaza. Durante todo el reinado de Carlos I hubo dos reyes en España, su madre y él. ¿Que si estaba loca? Tuvo un matrimonio tormentoso que acabó con la muerte prematura de su marido, del que debió estar muy enamorada... Lo que tuvo fue un trastorno depresivo mayor. Fue una mujer muy inteligente, culta, muy preparada... No era una idiota y lo demostró con los comuneros. Cuando ella les escucha se da cuenta de los errores de su hijo, pero se abstiene de criticarle y nunca firma nada, aunque los notarios dicen que les amparaba. Ni tonta ni loca, maniobró como creyó correcto porque luego tampoco firmó los papeles en su contra. Es un personaje muy curioso y llamativo.

 

¡Pero podría haber cambiado el destino de la revolución y del país!

Sí, pero dependía de ellos. Hay un momento muy bonito que yo recojo porque está en una carta del virrey único que le escribe a Carlos diciéndole que su madre se está negando a firmar los papeles para que les paren los pies a los comuneros y le viene a decir que tanto él como el reino están en manos de su madre. Es muy bonito pensar que Carlos salva su reino porque su madre nunca, nunca, terminó de cambiarse de bando y se quedó en el de su hijo.

 

Y al final las tropas de Carlos I arrollaron a los comuneros castellanos el 23 de abril de 1521. Dice usted que «Castilla supo morder el polvo, el tiempo que ganaba el alma de cuantos viven y sueñan en la lengua que le regalo al mundo». ¿Se puede buscar alguna victoria poética en la batalla de Villalar (Valladolid)?

De entrada no. Carlos I, ante la duda, decapitaba. Al final concedió un perdón con 300 exceptuados e incluso a algún comunero que se pasó de bando al final, tampoco se lo concedió. A las ciudades perdedoras las sumió en impuestos... Pero esta gente que pierde en la historia muchas veces gana la memoria. Si lo piensas Leónidas y sus 300 espartanos perdieron clamorosamente la batalla, pero dieron un ejemplo... Los comuneros perdieron la batalla, perdieron la revolución, lo perdieron todo... pero dejaron un ejemplo de dignidad y convencimiento en sus ideales. Cuando Padilla, sabiendo que la batalla está perdida, decide cargar contra el ejército está dando un mensaje de ‘me lo creo’. Sostuvieron su convicción hasta el final y eso es un triunfo moral y hasta poético. En Castilla y León se sigue celebrando ese «triunfo poético» cada año, lo que no se hace en ninguna otra Castilla. ¡Y es algo incomprensible!