Sacerdotes a pie de obra

SPC-Agencias
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Más allá de las celebraciones online, muchos curas siguen en primera línea de batalla contra el coronavirus, pagando un alto precio por ello

Sacerdote a pie de obra - Foto: Eduardo Sanz

No son profesionales sanitarios, pero muchos de ellos están también en la primera línea de esta guerra contra el coronavirus, los hospitales. Otros ejercen, sin embargo, en la última línea, en la de la batalla perdida, los cementerios. Son los sacerdotes, médicos del alma, que siguen con su labor, exponiéndose al Covid-19 por su vocación, esa en la imitación de Cristo, que se encarnó en la condición humana hasta la muerte. En Italia, han fallecido más de 100 sacerdotes y en España, a falta de una confirmación oficial, se han registrado al menos 53 defunciones, con Madrid como la comunidad más afectada. En este sentido, la alta edad media de religiosos (y religiosas) hace que muchas congregaciones hayan comenzado a activar programas de ayuda a los monasterios, conventos y  las residencias específicas del clero con más presencia de personas ancianas. El Papa Francisco en varias de sus intervenciones de Semana Santa tuvo un cariñoso recuerdo para los compañeros que perdieron la vida en las semanas anteriores a lo largo y ancho del mundo.

A pesar de no poder celebrar misa pública en muchos países, debido al confinamiento, los religiosos se mantienen a pie de obra y son cientos los que ofrecen las celebraciones a través de las nuevas tecnologías, para intentar paliar su ausencia física. El riesgo, no obstante, se hace más presente, a pesar de las prevenciones, cuando siguen prestando el servicio de comunión a los enfermos y a los ancianos, sin olvidar a aquellos curas que desarrollan su labor en hospitales o crematorios.

«He tenido experiencias de acompañar a familiares de personas fallecidas, es parte de nuestro día a día, pero no de esta forma», cuenta José Pablo. Desde hace cerca de tres semanas, este sacerdote acude a la morgue provisional del Palacio de Hielo de Madrid para tratar de aliviar la carga de trabajo de los servicios funerarios. «Impresiona ver tantos féretros juntos», apunta el sacerdote, que pese a todo percibe una sensación de «tranquilidad» cada vez que acude. No obstante, este miembro de la comunidad misionera del Verbum Dei  reza -durante alrededor de 15 minutos-, rodeado de silencio y prácticamente solo. Lo hace convencido de que este «pequeño gesto» puede ayudar a dar «un poco de consuelo» a creyentes y no creyentes, especialmente dentro de una situación tan complicada como ésta, donde no es posible organizar velatorios ni transmitir el pésame con besos o abrazos.

Humanidad y dolor

Profesor de Biblia en la Universidad eclesiástica San Dámaso, Ignacio compagina ahora las clases online con su acompañamiento a pacientes en el Hospital San Francisco de Asís de Madrid, una instalación privada dedicada casi en su totalidad a atender a enfermos con Covid-19. «Se respira mucha humanidad en estos días y también dolor», comenta el cura, dolido al ver a los enfermos que están solos en sus habitaciones, pero también conmovido por el trabajo de los profesionales sanitarios que están «dejándose la piel».

En esta labor se turna con otro religioso y pasa una media de cuatro horas visitando unas 30 habitaciones con su «disfraz de astronauta». Así llama al equipo de protección individual que lleva puesto todo el tiempo, que incluye doble guante y una máscara con la palabra «sacerdote» impresa en un papel a la altura de la frente. «Se nos recomienda no tocar a pacientes. Ellos lo entienden y nosotros también, pero a veces es imposible», confiesa.

En los casos de los pacientes más graves, como los que están intubados en la UCI, son las propias familias las que piden que Ignacio les haga una visita para imponerles el sacramento de la unción. «En estos días ves la decrepitud de las personas, pero a la vez la dignidad humana de quien pide perdón», reflexiona.