La insidia del Frente Popular contra el Rey

Carlos Dávila
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Para los gobernantes socialistas y comunistas la idea es convertir la Monarquía en un florero que se pueda quebrar y quedar destrozada en cualquier momento

El señuelo de transparencia de la izquierda no es más que una trampa para obligar a la Casa Real a una rendición de cuentas.

Sé, con toda certeza, que la Casa del Rey y el Rey mismo quieren una «Ley de la Corona». Un Ley que, según las opiniones de esta Casa, «Ya se está retrasando». Pero, ahora, en La Zarzuela están sorprendidos. Resulta que, tras soportar una campaña diaria a favor de esta Ley, «urgente y necesaria» como la definía la vicepresidenta Calvo, ahora, La Moncloa filtra a su periódico gubernamental, ahora en almoneda, que no, que el proyecto puede esperar, que bastaría con unos pequeños retoques para modernizar la Corona. Insólito. Desde hace lustros, la Casa del Rey apuesta por una Ley, pero no por esta Ley-trampa, que, filtren lo que filtren y digan engañosamente lo que digan, preparan trapaceramente los milicianos del Frente Popular de Sánchez e Iglesias. El gran asunto que este dúo pretende abordar aunque, de hecho, lo disimule es el de la transparencia de la Monarquía o, por decirlo más claro: la inviolabilidad del Rey que, por ahora, figura en el párrafo tres del Artículo 56 de la Constitución: «La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad». 

Cuando en el Parlamento se cerró nuestra norma Suprema el presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, Emilio Attard, republicano que hizo la guerra en ese ejército, por cierto, acudió a ver al Rey, y Don Juan Carlos, con su coloquialismo acostumbrado, le preguntó con una cierta sorna: «Don Vicente (solo a él y a muy pocos más, les trataba de usted) «¿Qué tal quedo yo ahí?» y don Vicente, valenciano al fin, le respondió con un cierto barroquismo «hortofrutícola» como escriba Luis Carandell: «Queda asegurado el respeto, Señor».

El respeto de este Título que ahora se quiere levantar y que no se podrá hacer sin cambiar la Constitución. Por eso, el Gobierno dice haberse detenido en su propuesta. 

Este cronista sabe también, sin embargo, que el Ejecutivo ha ordenado a sus servicios jurídicos que estudien la manera de asentar la mutación sin tener que someterse a los procesos constitucionales. Aquí radica el núcleo de la cuestión. De lo que trata, por un camino u otro, es de convertir la inviolabilidad de la Corona en una antigualla que, a estas alturas, ya no se puede respetar. La idea es la de hacer del Rey «uno más» que, como tal, sea susceptible de sentarse, incluso, en los tribunales. 

Es una trapisonda maloliente que ni siquiera se contempla en una Constitución republicana como es la Ley de Bonn de Alemania, hoy vigente en todos sus estados. Con esta artera mutación, digamos que cualquier desliz Real, cualquier manifestación, incluso, declarativa (un discurso comprometido, un mensaje similar al de octubre del 17) podría ser objeto de reprobación llevada al banquillo. 

La clave de la propuesta sobre la Corona que ahora pretende el Frente Popular es por tanto ésta: convertir a la Monarquía en un florero que se puede quebrar en cualquier momento, como si fuera una porcelana de Lladró colocada estratégicamente en una cómoda para que se pueda caer y quedar destrozada en cualquier momento. Esa es -perdón- la atinada comparación.

 Para estos gobernantes socialistas y comunistas la Corona que ellos articulan es un objeto decorativo que puede ser retirado a la menor excusa. El señuelo de la transparencia que ellos invocan no es más que una trampa para obligar al protagonista de la Corona a una rendición, ?probablemente anual, de cuentas, como si el Rey no fuera más que el director general de Puertos que acude a decir lo que hace en la Comisión de Presupuestos del Congreso. Y es curioso: un personaje como Sánchez, que se ha negado sistemáticamente a explicar cómo y por qué obtuvo su falso doctorado en Económicas, que niega al país la posibilidad de conocer para qué usos utiliza el avión de Estado, que miente sistemáticamente en sus compromisos electorales, que se alía, después de haberlo negado una y otra vez, con la escoria política de nuestra nación, que acaba de acordar un pacto sobre Gibraltar que es toda una traición a la unidad de España, y que miente sin pudor sobre el número de contagiados y fallecidos que nos está trayendo la pandemia de la COVID, está organizando una asedio a la Corona para que ésta se obligue a explicar, incluso, a qué cine va el Rey los domingos y quién paga las entradas. Consejos vendo que para mí no tengo. 

Solía asegurar el que fue jefe de la Casa del Rey, el general Sabino Fernández Campo, en los tiempos de máxima popularidad de la Corona de Don Juan Carlos I: «Al Rey se le está poniendo tan alto, tan alto que un día no se le va a ver». Pues bien; ahora, remedando aquella sentencia escrupulosamente acorde con los tiempos de entonces, podemos escribir la contraria: «Al Rey se le está poniendo tan bajo, tan bajo que un día no se le va a ver». Y en eso están. Y por ahora, es lo cierto, el Rey se resiste. ¿Por cuánto tiempo? Los síntomas no son buenos, más bien al contrario. 

 

Preocupación

En el nuevo discurso de Felipe VI en la Pascua Militar ha querido compensar a los militares de tantos ataques a sus esencias. Los Ejércitos, casi por unanimidad, se encuentran tan inquietos como disciplinados. Nada parecido a los cuarteles de los 80 pero, al hablar con alguno de sus jefes, se reconoce una enorme preocupación, estupor más bien, por dos asuntos cruciales: primero, los ataques a la Corona y a su ostentador que, no se olvide el dato, es el jefe supremo de las Fuerzas Armadas, las agresiones desde la facción comunista del Gobierno que su presidente no se molesta en condenar y, segundo, la persistente incuria contra la unidad de España, la que los militares de todo rango ha jurado defender. En esta tesitura el Rey hace lo que puede, lo que la Constitución le permite y lo que su compromiso del 2014, año de su proclamación, le obliga. 

 Un directivo castrense perfectamente identificado insiste: «El Rey llega siempre hasta dónde puede llegar» en Nochebuena y en la Pascua Militar. Pero, desde luego, cada día que pasa goza con este Gobierno de menor maniobra para «llegar hasta dónde quiere llegar». Es víctima de trampas sucesivas.