Trágico Britten & Grimes

Ilia Galán
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Esta coproducción desarrolla con maestría el ambiente tremendo de un pequeño pueblo pesquero y su sórdida atmósfera a través de una puesta en escena vanguardista y una densa música

Trágico Britten & Grimes

Se agolpan los periodistas a la entrada, como una bandada de aves en busca de despojos, para extraer fotos y deducir los rostros que entran a ver el estreno de la última ópera, después de tantas complicaciones... Actrices, empresarios, políticos, figuras destacadas de nuestro tiempo: Nuria Espert, Inés Sastre, Blanca Suelves, Amaia Salamanca y Rosauro Varo, José Luis Escrivá, Íñigo Méndez de Vigo, el duque de Huéscar..., habituales como Alberto Ruiz-Gallardón, Pedro J. Ramírez, Carmen Lomana, Muñoz Molina, Iñaki Gabilondo, y un largo etcétera que hace que la vida cultural de la corte no se detenga, la única capital de Europa que mantiene una gran viveza pese a la pandemia.

Esta coproducción con la Royal Opera House de Londres, la Ópera National de París y el Teatro dell’Opera di Roma consagra una tendencia filobritánica de nuestro liceo (más que francesa, germana o itálica) en autores del siglo XX que se ha destacado con especial atención en Benjamin Britten, autor del que ya hubo buenas muestras con Muerte en Venecia, Gloriana o la tan premiada representación de Billy Budd. También aquí la producción es un logro, desarrollando en modo contemporáneo, con maestría e imaginación, el ambiente tremendo de un pequeño pueblo pesquero, su playa, su pub, con recursos interesantes y para desarrollar ese ambiente sórdido, duro, como la misma música de Britten, donde Deborah Warner combina con maestría ambientaciones al estilo del cuadro Monje a la orilla de C. D. Friedrich, con planchas que se inspiran en instalaciones comunes hoy en nuestros museos, estética de lo feo bien resuelta. La música, tan interesante en los interludios, tan relevante para la ópera inglesa, destaca porque el telón cae, a veces con excesiva largueza, dejando la oscuridad como centro. Escenas del mar desolado, playas sucias, el puerto desordenado, vida tabernaria... Tensiones de pescadores, murmuraciones, el abandono en la molicie...

Lo primero que aparece son quejidos, gruñidos de un hombre sobre la nocturna arena, al que luego acosan un enjambre de linternas, mientras una barca en lo alto de los aires, amenazante, cuelga. Ciertos rasgos expresionistas cantarán con las letras... 

Trágico Britten & GrimesTrágico Britten & GrimesUn pescador solitario, que vive al margen del pueblo, ha de excusar la muerte de su ayudante, un niño que murió de sed. Luego pedirá uno nuevo al orfanato, que le concederán, aunque tiene fama de demonio: Peter Grimes; «ese perro solitario o intruso no siempre es atractivo» dirá el mismo Britten. La maestra intercede por él, hay que darle otra oportunidad. Pero también ese niño morirá. Ahora se tiende a hacer la lectura fácil y políticamente correcta, simplona, del que no se ajusta al grupo y es linchado, reclamando su comprensión, frente a normas y convenciones. Algo de eso hay, pero el libreto es bastante más complejo y Peter no es tampoco un alma caritativa, busca riqueza para salvar su mala reputación y es brutal, fuerza al niño, maltratado, a trabajar incluso en domingo, mientras suenan oraciones de ceremonias en las iglesias. 

Hay hipocresía, falta de compasión, pero el protagonista no es precisamente un santo. «No es cristiano comprar niños y usarlos como esclavos», dirán. El pueblo como masa quiere «destruir a quienes le desprecian»; los puritanos y exaltados religiosos salen, cómo no, malparados, mientras fatigan con sermones. Las prostitutas del pub y los que se dejan llevar por la sensualidad, todo choca tempestuoso en una ópera oscura, con momentos de brillante y difícil, densa música, como tenebroso es el tema y también su final. La tormenta erosiona la costa e invade parte del pueblo, los acantilados se desmoronan... 

 

Éxito rotundo

Con el pacifista Britten suele señalarse el final de un Reino Unido que desde Purcell o Haendel no destacaba en Europa por sus óperas. Con esta obra de 1945, llegado poco antes de EEUU a su patria y ante el final de la guerra, de la que pudo evitar el alistamiento, la música descompuesta del s. XX, la de las vanguardias, prospera y él toma cierta delantera en las costas que nacimiento le dieran. No es justo decir que Holst, Elgar o Vaughan Williams fueran compositores menores; simplemente, no fueron la vanguardia en el terreno operístico que se hizo moda en la posguerra. Él fue el primer músico en ser ennoblecido por la corona británica.

El Teatro Real volvió a escuchar los desaforados aplausos y el entusiasmo de quienes alaban esa corriente en una producción muy adecuada, también con Ivon Bolton en el foso, manteniendo su tensión, brillante. Buena producción de Deborah Warner para una escena adecuadamente resuelta. La soprano sueca Maria Bengtsson, muy buena, como Ellen (la maestra), pero sobre todo el protagonista, el tenor Allan Clayton, magistral en su variedad de registros, que acaba en la desesperación desgarrándose en modo muy convincente. No es común tanta alabanza en obras de vanguardias y, como esta, tan sórdidas.