Adiós a la líder invicta

Agencias
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Constancia y sangre fría caracterizan a Angela Merkel, una canciller que deja la política convertida en la mandataria más empática

La canciller suele abusar del gesto de juntar los dedos, en forma de diamante - Foto: EFE

Las elecciones generales de este domingo marcan el adiós a la era Angela Merkel, la líder invicta que durante 16 años condujo Alemania por sucesivas crisis y que fue capaz de ganarse la empatía incluso de quienes nunca la votaron ni votarían.

No hay fecha para su adiós del poder, ya que seguirá en su puesto hasta que se forme el nuevo Gobierno. Algo que, en su última coalición, ocurrió seis meses después de los comicios.

De seguir en el cargo el 17 de diciembre habrá superado el récord de permanencia de Helmut Kohl. Otro hito en una política que rompió varios techos de cristal: como mujer, como ciudadana del este y como protestante en un partido -la Unión Cristianodemócrata (CDU)- de dominio católico.

Sus rasgos característicos son el consenso y la sangre fría. Prepara concienzudamente cualquier encuentro, analiza cada partícula de los problemas que se presentan, se deja asesorar y luego actúa, a menudo con exasperante lentitud.

Cuida el perfil aparentemente bajo, minimalista, sin estridencias, con la Raute -el rombo en forma de diamante que realiza con las manos- como marca de la casa, lo mismo que su colección de chaquetas casi idénticas, salvo el color.

Al principio, cada chaqueta era apenas una mancha cromática entre los trajes negros de sus colegas hombres. Luego se convirtieron en la señal de identidad de la jefa a escala alemana, europea y también internacional.

Todo en ella es atípico. No usa el apellido de soltera -Kasner- ni el de su marido -el catedrático Joachim Sauer- sino el de un exesposo, el compañero de estudios con quien se casó en 1977 y del que se separó cinco años después.

Ello le ha ayudado a preservar la intimidad familiar que tanto persigue. A su padre, Horst Kasner, se le retrata como un pastor protestante izquierdista que arrastró a su familia fuera del cómodo Hamburgo para ejercer en una parroquia de la Alemania comunista.

Su madre, Herlind, maestra de inglés hasta los 90 años, transmitió a Angela Dorothea Kasner (Hamburgo, 1954) la perseverancia y la capacidad de trabajo.

No era una familia común del este, sino gente llegada de la Alemania occidental. Vivían en las afueras de Templin, en una colonia tutelada para discapacitados psíquicos, que fueron parte de la normalidad de Angela Dorothea y sus dos hermanos menores.

Iba para científica, pero cumplidos los 35 giró hacia la política. Fue en 1990, el año de la reunificación alemana y en el que ingresa en la Unión Cristianodemócrata (CDU).

Ese año logró su primer escaño en el Bundestag (Parlamento), al siguiente se convirtió en ministra de la Mujer de Helmut Kohl.

Ocho años después se produce su momento clave: publica su columna en el conservador diario Frankfurter Allgemeine reclamando a la CDU la emancipación de Kohl, hundido en una trama de cuentas secretas que saltó a la luz tras el paso a la oposición.

Se convierte en presidenta de una CDU en horas bajas. Dos años después cede la candidatura a la Cancillería al líder bávaro Edmund Stoiber, presionada por los hombres fuertes del partido que la ven incapaz de derrotar al entonces canciller Gerhard Schröder.

Esa renuncia se convirtió en 2005 en su triunfo: para entonces había arrinconado a sus enemigos internos, nadie iba apartarla de la lucha por la Cancillería, ni entonces ni después.

Cusiosamente, a lo largo de su carrera política Merkel ha tenido que desbancar a cuatro contrincantes, todos ellos con apellidos que empiezan con la letra S. Así, Schröder fue la primera S caída en unas generales. Le siguieron otros tres: en 2007, su ministro de Exteriores Frank Walter Steinmeier; en 2009, su extitular de Finanzas, Peer Steinbrück; y más recientemente, en 2017, el expresidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz.

Merkel ha sido imbatible en las urnas. Acaparó el centro político alemán y desplazó a su partido hacia terrenos de la socialdemocracia, para horror de quienes reclamaban un perfil más conservador en sus políticas.

Nunca se ha comportado como una líder visionaria, sino que se ha caracterizado por la reacción ante las distintas crisis que han ido surgiendo a los largo de sus diferentes mandatos.

A la de la zona euro reaccionó con la austeridad que desangró a los socios del sur y minó el tejido social y laboral alemán. En 2011 aceleró el apagón nuclear bajo el impacto del accidente atómico en Fukushima (Japón).

La dama de hierro que mostró entonces se metamorfoseó luego en la Merkel solidaria que, en 2015, no cerró sus fronteras a la llegada de refugiados.

Alemania recibió ese año un millón de inmigrantes. La ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que en 2013 se había quedado a las puertas del Bundestag, se convirtió en esa ocasión en tercera fuerza nacional.

 

En la cresta

A Merkel se le venía pronosticando la Dämmerung (ocaso, en alemán) a cada altibajo en su carrera. En 2018 anunció su retirada por etapas, como líder de la CDU y como canciller, pese a que en rigor nada le impedía optar a su reelección.

Sin embargo, una nueva crisis, en esta ocasión sanitaria la COVID-19, la revalorizó ante sus ciudadanos después de caso 15 años de mandato.

Resurgió la Merkel científica, capaz de entender la pandemia mientras otros daban bandazos políticos y estratégicos. Alemania no era inmune, pero salió de nuevo mejor parada que otros a una crisis global.

Pero uno de los momentos más memorables han sido sus apodos. A Merkel se la ha llamado la canciller teflón, porque todo le resbala, o la líder del mundo libre, como la llamó Barack Obama.

Aunque para sus compatriotas ha sido la Mutti (mamá). Una mujer sin hijos propios, que adoptó como tales a los 83 millones de habitantes del país. Su retirada impone la emancipación.