Puerta abierta a 'El infierno'

María Albilla (SPC)
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Carmen Mola conecta en su última novela el Madrid del XIX con la Cuba colonial para ahondar en la crueldad de la esclavitud

Puerta abierta a 'El infierno' - Foto: Javier Ocaña

Los primeros rayos del sol que alumbran el malecón habanero hacen presagiar el día que vendrá. Una pesada templa de calor y humedad no perdonará a los ajenos al Caribe que se adentran de la mano de Carmen Mola en el averno que un día fue la Cuba colonial y esclavista. Porque hasta esta isla llevan su tan personal sello Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero con su nueva obra: El infierno (Planeta).

Los Mola repiten, después de disfrutar de lo lindo con La Bestia, con una novela histórica decimonónica que hace un guiño temporal a su antecesora. Unas décadas después de que España fuera un animal moribundo que convulsionaba entre guerras civiles y revoluciones, ahora las suripantas levantan el telón y sus faldas para dejar ver sus piernas en el teatro bufo. Un resquicio de felicidad en un ardiente Madrid que no se rendía ante el régimen de los Borbones y que tenía en Prim su principal adalid. 

La sargentada del cuartel de San Gil contra Isabel II en 1866 tiñe de sangre las calles de la capital y abre las puertas de un oscuro abismo a Leonor Morell y Mauro Mosqueira, los protagonistas de la novela que Díaz, Martínez y Mercero presentaron hace unos días en La Habana. Allí huirán por separado y allí se encontrarán tratando de dejar atrás una represión segura tras dar muerte por infortunios de la vida a un militar. Una corista y un aprendiz de médico que trataban de escapar de la muerte sin saber que en la Cuba colonial se les abrirían las verdaderas puertas del mal.

«Cuba era entonces un espejo de la metrópoli. Estaba en un momento revolucionario, buscaba una transformación. El paralelismo era claro», detalla Agustín Martínez. Todos estos ingredientes bien mezclados en la coctelera de Carmen Mola, con su buena dosis de sangre, sadismo y una pizca de rituales africanos y espiritismo dan como resultado una novela que demuestra que el infierno existe y que, por si había alguna duda, está en la tierra.

Aquella Cuba se convirtió entonces en una isla tan próspera como bárbara en la que los esclavos trabajaban en condiciones infrahumanas de sol a sol en los ingenios de caña de azúcar. Había tantos que llegaron a ser más que los ciudadanos libres. La mayoría eran capturados en África, pero también había asiáticos e, incluso, gallegos, como Mauro, que llegaban a lo que pudiera haber sido un paraíso en los barcos de esclavistas como Pancho Marty, un verdadero demonio, un hombre sin escrúpulos que hizo fortuna en la isla y que inspira a en la trama de los Mola al armador Urbano Feijóo Sotomayor. 

Con estos mimbres, el trío de autores deambula durante 480 páginas por los círculos del infierno que ya inspiró Dante Alighieri a través de un manuscrito que les lleva hasta plantarse en el séptimo aro. 

«Aunque Dante hablaba de nueve, nosotros paramos en el séptimo. Es el de la violencia y nosotros lo que queremos es hacer un análisis de la violencia», explica Jorge. «Los demás son más bajoneros, no tienen interés», replica Agustín. 

«¿Qué va a ser lo siguiente (octavo círculo, fraude), estafar a Hacienda?, bromea de nuevo Jorge. «Había una colección policiaca auspiciada por Borges que se refería al séptimo círculo también porque hablaba de los asesinos, de los violentos... tiene sentido», agrega Mercero. Cierto es que su conclusión no necesita más. 

Cuestión aparte es lo que los psicoanalistas de estos tres autores, que ganaron el Premio Planeta en 2021, opinen sobre el deleite que hallan en el detalle de la crueldad.

Solo Mercero acude a este profesional, bromean, y «no sabe qué hacer... Escarba el pobre en mi infancia... y yo me empeño en decirle que fue feliz, que me he ido volviendo enfermo con el paso de los años... pero no sé, ya encontrará algo. La que está muy preocupada es mi madre», ríe.

Pero en esto del ensañamiento ha habido un efecto contagio. Aunque al principio, en la primera novela, puede que el más truculento fuera Agustín, «nos hemos contagiado y los tres planteamos barbaridades. Sabemos que nuestra marca de la casa es buscar modus operandi originales o truculentos. No matamos de un disparo. Eso es demasiado fácil», detalla Jorge, que lleva la voz cantante en la parte más documental.

Otra bestia

Y así, mientras la historia de Leonor y Mauro se desarolla en este infierno al más puro estilo folletinesco en cuanto a su relación de amor, la mente del lector va más allá, hasta el retortijón de la duda... ¿Cómo será en verdad el tacto de un cerebro cuando lo exprimes con tus propias manos? 

«En este caso, la idea concreta de hurgar, palpar y sentir la sensación de los dedos batiendo un cerebro y el efecto que va causando en la víctima fue de Jorge», se chiva Agustín. «Es que no tiene psicoanalista, pero debería», ríe Mercero. Porque fue Jorge quien halló al personaje real en el que está basada la tortura de El infierno.

 Era una hacendada de una plantación de algodón en Nueva Orleans (Estados Unidos) que asesinaba con esa saña a sus esclavos. Su historia está mezclada con un rito ancestral africano para completar la tortura.

 «No quiero pensar cómo encontré el caso, pero si saltan las alertas de la policía y rastrean mi historial en internet… vendrían a detenernos hasta darse cuenta de que somos los Mola», bromea Jorge Díaz. 

Y, ¿qué es para los Mola el infierno? Agustín toma la palabra en esta reflexión. «Si hacemos caso a la novela, el infierno es el propio ser humano. A lo largo de la trama hay intentos de encontrar responsabilidad en otras entidades, pero la realidad es que las mayores crueldades que se cometen sobre la tierra tienen detrás la mano del hombre, que es el único ser capaz de crear el infierno».

Más práctico que filósofico, Mercero agrega que «hay muchos avernos, como decíamos que hay muchas bestias. Lo bonito de la novela es que haya capas. Habrá lectores que se queden con la historia de amor, un amor muy arrebatado; otros con el relato feroz y sin paños calientes de la esclavitud de los españoles en Cuba y hay quien preferirá el marco histórico de la España del XIX y la revolución de La Gloriosa… es que hay mucha carga social aquí. Las revueltas vienen del hambre, de la desigualdad… y esto era un infierno, como lo son ahora. Pero sí, en esta historia, la maldad y la crueldad de la esclavitud son el infierno», relata.

Vestigios del pasado

La esclavitud forma parte de esa historia negra poco contada y poco revisada por España, que ha cerrado los ojos ante este capítulo, máxime cuando fue el penúltimo país del mundo en abolir esta lacra. Ahora, en las fincas agrícolas cercanas a La Habana se cultiva caña de azúcar ecológica a duras penas para abastecer la isla porque no hay medios, pese a que podrían exportar azúcar a medio mundo, y no sin cierta resignación se bebe guarapo para animar el alma -y otras cosas-, más aún si es con un chorrito de ron y se transmuta en guarabana.

Cuba fue en el siglo XIX una aspiración de lo que tenía que ser España. El primer ferrocarril del país estuvo en la isla y los grandes militares españoles llegaban a ser gobernadores en la perla de las Antillas. Los hacendados hicieron verdaderas fortunas que tiene hoy sus ecos en la península y la isla gozó de un esplendor que quedó suspendido en el tiempo... Ataviados con la clásica guayabera blanca, los Mola salen del infierno de este thriller para recorrer algunos de los enclaves de la novela en La Habana. 

«Nosotros encontramos en los ensayos de la época una Cuba esplendorosa y lo que encuentras ahora por la ciudad es la ruina de aquello. El tiempo se la ha ido comiendo, la falta de dinero, la falta de medios... Y da mucha pena porque la gente es maravillosa, la música es increíble y el ambiente habanero es espectacular», explica Agustín Martínez en contraposición a las grandes fiestas que se daban y se cuentan, por ejemplo, en el Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la ciudad. 

Entonces no solo había lujo, sino que había que exhibirlo, había muchas normas y protocolo. «Pero mi sensación hoy es de tiempo detenido», agrega Mercero. «Desde que tengo uso de razón, Cuba está mal, pero quienes viven aquí dicen que igual sea peor ahora».

«En esta isla hay una guerra, pero se libra de una manera diferente», relata en el libro Amalia Bru. Quizá en Cuba las guerras sean diferentes, tal vez un día los colores que se atisban en sus fachadas vuelvan a brillar, los cristales a reflejar el sol y sus infinitos caserones se enseñoreen de nuevo a lo largo de sus calles, paseos y plazas. Quizá todo cambie algún día, pero ojalá no lo haga, como agrega Jorge, el carácter y la dignidad de su gente «porque yo estoy enamorado de Cuba».

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