El precio de la guerra de Netanyahu

Agencias
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Pese al dolor por la muerte de sus seres queridos, las familias de los cientos de soldados israelíes caídos en el frente de Gaza creen que la ofensiva debe seguir para poner fin a las acciones de Hamás

Un combatiente del Estado judío llora a un compañero fallecido en la lucha contra las milicias palestinas - Foto: Ronen Zvulun (Reuters)

Una madre llora de forma desconsolada, sentada frente a la tumba de su hijo en el cementerio militar del Monte Herzl ubicado en Jerusalén. El suyo es uno de los 273 soldados que han perdido la vida desde que las tropas hebreas invadieran Gaza hace ya más de siete meses -712 si se tienen en cuenta los que fallecieron como consecuencia del ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre-, dando inicio a una guerra sin precedentes en el enclave palestino.

Banderas israelíes, velas encendidas y flores decoran la sepultura de este joven de tan solo 22 años, que murió el pasado febrero en uno de los frentes de batalla abiertos en la Franja. A su lado, yace la tumba de otro joven enterrado hace tan solo un mes, y otra madre que le venera acompañada de su marido y sus otros tres hijos.

«Mi hijo murió dos semanas antes de cumplir 22 años. Los terroristas dispararon el edificio en el que estaba en Gaza», detalla Varda Morell, desde el espacio en el cementerio reservado para los caídos en combate en el actual conflicto de Oriente Próximo.

Nieta de víctimas del Holocausto y criada en norteamérica, Morell recuerda a su hijo, Maoz, con orgullo: «Creo que compartía la sangre de mi abuela, a quien mataron en Auschwitz. Su último acto fue el de evacuar y salvar a sus compañeros en Gaza, pese a que sabía que eso ponía en riesgo su vida».

La mujer enfatiza que el joven, pese a haber crecido en un ambiente religioso en el que muchos descartan cumplir con el servicio militar a fin de dedicarse al estudio de la Torá, siempre quiso sumarse a las Fuerzas Armadas.

Su hermano, Eliezer, de 28 años y quien también sirve en el Ejército pero en la frontera norte con el Líbano, donde diariamente hay intercambios con la milicia chiita Hizbulá -hostilidades que se recrudecieron tras el ataque de Hamás-, agradece haber podido despedirse de su familiar antes de que falleciera en un hospital. «Llegó muy grave y ya sabíamos que era muy difícil que sobreviviera, pero al menos pudimos estar unos últimos días junto a él», cuenta apenado, aunque asegura que eso hizo su partida algo más fácil.

Pese al dolor que le causa la pérdida, su madre tiene claro que la guerra en la Franja, que ya suma más de 35.000 muertos gazatíes -además de unos 10.000 desaparecidos que se estiman atrapados bajo los escombros-, debe continuar. «Si no luchamos contra Hamás, no podremos existir. ¿Qué pasa con nuestros rehenes? Si alguien cree que Israel está en el lado incorrecto, que revise lo que hizo Hamás», asevera Varda, rodeada de otros cientos de familiares que velan y lloran a los suyos.

«No tengo miedo a morir. Por el contrario, sería un honor morir por el Ejército, morir por mi país», reconoce Avi Evron, de 17 años.

El rostro del dolor

Allí, tan solo una joven, con los ojos vidriosos, urge a que alguien, de alguna manera, termine con esta ofensiva bélica que cada día, según expertos, se asemeja más a una guerra de guerrillas sin una estrategia clara. «Mi amigo de 26 años también era soldado y murió en Gaza. Esta guerra tiene que acabar cuanto antes, hay demasiadas pérdidas», asevera en lo que parece una opinión minoritaria.

Y es que, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, no tiene intención alguna de suspender sus operaciones en la Franja hasta completar la «tarea sagrada» de erradicar por completo a las milicias islamistas que controlan el enclave palestino. 

«Vamos a combatir juntos porque esta es la única forma de derrotar a los monstruos de Hamás, que quieren destruirnos», argumentó el premier hace apenas unos días, en línea con lo que lleva meses defendiendo.

Pero mientras el Gobierno hebreo decida proseguir con la guerra en una Gaza que ya luce irreconocible, será también inevitable que los familiares y amigos de los que combaten sientan dolor o teman por sus vidas.