Una vida pegada a la actualidad

Antonio Pérez Henares
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Periodista de raza y testigo directo de la transformación de España

Antonio Pérez Henares, delante del Congreso - Foto: Juan Lázaro

Cumplo los 70 años. Hace ahora 53 que comencé, con 17, a trabajar en el diario Pueblo-Guadalajara y cobré por ello por primera vez. Desde entonces ese ha sido mi oficio y en él me he ido ganando la vida, y aunque ya jubilado, sigo sin poder dejarlo. Aunque ya mi otra y hermana pasión, la literatura, disfrute de casi completa dedicación.

 Nací hijo de labradores nada ricos, o sea pobres, en un pueblo alcarreño, Bujalaro, del que emigraron al País Vasco cuando aún no había cumplido nueve y allí viví hasta los 14. Me llamaban maketo pero conseguí estudiar con beca en los Jesuitas. Volvimos a Guadalajara, ahora a la capital, y dice mi Informe de Vida Laboral que al cumplir los 15 tuve mi primer alta en la Seguridad Social en una empresa del Polígono Industrial y luego en otras más. De las vendimias en Francia, sin papeles, no cuenta nada ni de otros trabajos, algunos en medios de comunicación. En total, y sin sumar estos, la cosa hizo, con las duplicaciones por colaborar en radios y televisiones, más de 54 años de cotización que quedaron, al llegar la jubilación a efectos de cómputo de pensión, en solo 38.

 Estuve en Pueblo un lustro, luego fui miembro del PCE desde que cumplí los 16. También en Mundo Obrero, donde llegué a ser el jefe de Redacción. Concluida la etapa militante, me incorporé al semanario Tiempo y de ahí a El Globo (empresa El Pais) y la cadena SER. Antes de los 90 estaba ya en Tribuna de Actualidad, donde llegué a director. En el año 2000 fiché por La Razón hasta que en 2008 me marche al grupo Negocio, de donde pude escapar sin demasiados daños para llegar al Grupo Promecal en enero de 2012, donde me retiré, aunque, como es visible, aún escribo.

Ha sido medio siglo largo dedicado a mirar, escuchar y contarlo. Unos años apasionantes que comenzaron allá por el principio de los 70, cuando el Franquismo comenzaba a entrar en su ocaso y donde quienes empezaban a pugnar por amanecer eran la democracia y la libertad. Unos años vividos siendo testigo privilegiado, en ocasiones en el cogollo, de hechos trascendentales que alumbraron una nueva España. La muerte del dictador; los años tensos y vibrantes, terribles a veces, de la Transición (los asesinatos de Atocha); Adolfo Suárez, la legalización del PCE, las primeras elecciones democráticas, la ley de Amnistía, ETA, su horrible terror y nuestro inmenso dolor, el Golpe de Estado del 82, el triunfo del PSOE de Felipe y Guerra, la alternancia y Aznar, el 11-M y Zapatero. La abdicación de don Juan Carlos. Con Rajoy y la moción de censura comencé a jubilarme.

 A asomar por las radios había comenzado a hacerlo en los 70 y a finales de los 80 por la televisión. Mi primera tertulia la dirigía Hermida y es cuando mejor me lo pasé. Iban gentes como Berlanga y Cela: igualito que ahora. Luego deambulé casi por todas y por todos los lados. Los últimos años ya iba a sufrir. Me echaron de unas y de otras me marché yo. Hasta decidir, cuando se negaba a voces la COVID, que se acabó. Y hasta hoy. 

 Antes del periodismo ya escribía. Quise ser escritor desde niño chico. No sé si le he puesto genio ni si lo tengo, pero no me falta tesón. Llevo ya publicados más de 30 libros y tuve que ganar varios premios para conseguir editar los primeros. He escrito de todo menos teatro, incluida poesía. De joven a espuertas y por la razón que suponen y hasta me he atrevido a publicar dos libros. Bastante flojos, pero son mi juventud…

 Parece ser que lo mío es más la narrativa y llevo más de una docena de novelas y un tomo de cuentos. Son conocidas mis obras prehistóricas, Nublares, El hijo de la Garza, El último cazador, La mirada del lobo y La canción del Bisonte. También las medievales han gozado de la benevolencia de los lectores: La tierra de Alvar Fáñez, El rey Pequeño y Tierra Vieja hacen trío pero puede que tengan una hermana más. Y les ha ido muy bien a las referidas al descubrimiento, exploración y conquista de América: Cabeza de Vaca y La española, cuyo origen está en mi amistad con Miguel de la Quadra, a quien también debo buena parte de mis libros de viajes: Un sombrero para siete viajes o El pájaro de la aventura y la biografía dedicada a él, El último explorador, que es la segunda en este género tras la primera a mi otro añorado maestro, Antonio Buero Vallejo, Una digna lealtad. El diario del perro Lord, Los vencedores del asfalto o Los sonidos de la tierra dan fe de mi sentimiento ante la naturaleza y sus seres.

 He pecado también escribiendo ensayos como Yo que sí corrí delante de los grises, que mucho tiene que ver con aquellas primeras vivencias de periodismo y Transición, Los nuevos señores feudales o Las siete vidas del progre, que se multiplican por siete y el último, Tiempo de Hormigas, un alegato por la libertad y contra la dictadura del pensamiento único cursi, opresivo y feroz que nos quieren imponer.