Los buenos veranos

SPC
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Zidrou y Lafebre retratan en clave de cómic y con mucha ternura dos décadas de periplos vacacionales de la divertida familia Faldérault en busca de sol, naturaleza y tranquilidad

Los buenos veranos - Foto: Europa Press

Hay libros que no deberían salir de casa y mucho menos llevarse a la playa, pero no por una cuestión de género o temporada, sino por una simple razón de tamaño y peso, como ocurre con Los buenos veranos de Lafebre y Zidrou, un monumental volumen que se disfrutará mucho más leyéndolo en el sofá.

La edición integral que Norma Editorial acaba de publicar es casi un art book (un libro de 32x26 centímetros, más de dos kilos de peso y 344 páginas) sobre las vivencias estivales de los Faldérault, una familia belga a los que el historietista Jordi Lafebre (Barcelona, 1979) y el guionista afincado en España Zidrou (Anderlecht, 1962) siguen durante dos décadas en sus vacaciones, más o menos idílicas, por diferentes paisajes franceses y belgas. Se podría decir que este es un álbum familiar en el que se intenta transmitir una alegría contagiosa hasta el final. Una evocación a los veranos de antaño a través de unas viñetas al estilo cromos de otra época. Sus páginas transmiten una alegría sana y despreocupada, teñida con un poco de nostalgia que hace aún más agradable y amena su lectura. 

Humor blanco, reconfortante, entrañable, y sobre todo con una gran carga de nostalgia hacia un pasado no muy lejano, poblado de personajes nada resabiados por el posterior cinismo tan del siglo XXI, una imaginable vieja escuela resumida en Don Bermellón, mote del Renault 4L (el cuatro latas) de color rojo con el que la troupe familiar se mueve en todos sus viajes por el hexágono cargado hasta los topes. Cada capítulo, y hay seis en total, evoca una de esas vacaciones de verano en busca de sol, naturaleza y calma.

La línea clara de Lafebre retrata a esa Europa desaparecida (si es que alguna vez existió) y a los Faldérault casi de la misma manera que Norman Rockwell retrató el costumbrismo made in USA que modeló la imagen que ese país exportó durante las décadas de los 40 y 50, sociedades bonachonas, de postal, paisajes bucólicos, paradisíacos y cocinas con olor a queso, mermelada y pan recién horneado.

Este texto recoge los seis volúmenes de Lafebre y Zidrou dedicados a los prolíficos Faldérault -matrimonio y sus cuatro hijos- con un padre dibujante de cómics que siempre retrasa con sus entregas de última hora la marcha vacacional de la familia, para desespero de su mujer, que le amenaza con irse ella sola con los niños.

Como cada episodio transcurre en un año distinto, desde 1962, el más antiguo hasta 1980, el más reciente, se puede contemplar cómo las modas van cambiando y transformando ligeramente a los personajes. Evolucionan en todo: las relaciones entre ellos mismos, el padre cuando tienen que acabar con prisas su última historieta antes de marcharse de vacaciones. 

El trabajo de Zidrou y Lafebre se complementa. La sensibilidad de uno al contar la historia se suma a la del otro cuando la plasma en imágenes y eso hace que Los buenos veranos sea una lectura tan agradable, cercana y emotiva. Un cómic que se disfruta con el placer de regresar, por unos momentos, a la calidez y a la felicidad de eso que de manera tópica, pero muy gráfica llamamos los viejos y buenos tiempos. 

A pesar de que se trata de una familia un tanto caótica y muy especial, es inevitable no encariñarse con los Faldérault.