El incendiario que se acabó quemando

Lucía Leal (EFE)
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Cuatro años han bastado para que el aún presidente prendiese fuego al mundo político y dividiese una nación desgastada por la pandemia

El incendiario que se acabó quemando - Foto: CARLOS BARRIA

Donald Trump prendió fuego al mundo político de Estados Unidos en 2016 y nunca apartó la vista de esas llamas, que salpicaron de escándalos sus cuatro años en el poder, pero no bastaron para garantizarle un segundo mandato en un país desgastado por la pandemia y la crisis económica. El presidente no aceptará fácilmente la derrota y aún confía en sus maniobras legales para cuestionar el escrutinio en varios estados clave, pero las proyecciones de los principales medios proclamaron ayer la victoria de su rival, el demócrata Joe Biden.

El anuncio puso fecha límite -el próximo 20 de enero- a la Presidencia de Trump, que ha dividido el país y al mundo como quizá ningún otro mandatario estadounidense en el pasado y ha profundizado unas fracturas políticas y sociales que continuarán abiertas mucho después de que el magnate abandone la Casa Blanca.

Guiado toda su vida por una fuerte necesidad de aprobación, el mandatario se dejó la piel en decenas de mítines durante una larga e intensa campaña, pero no logró reavivar las opciones que tenía a principios de año, cuando confiaba en una holgada reelección gracias al buen desempeño de la economía. Desgastado por la cifra astronómica de muertes por la COVID-19, la peor crisis económica de la nación desde la Gran Depresión y un movimiento popular contra el racismo, Trump se convirtió en el undécimo presidente de un solo mandato de la Historia de EEUU, algo que no ocurría desde la derrota de George H. W. Bush en 1992.

A la hora de convencer a los votantes, el empresario se encomendó a la misma estrategia electoral que le funcionó en 2016, la de perfilarse como un enemigo del aparato político del país. Poco importa que Trump sea ahora quien encabeza buena parte de ese sistema: en su imaginario y en el de sus seguidores, el supuesto «Estado profundo» siempre ha estado controlado por los demócratas y sus presuntos «infiltrados» en la burocracia del Gobierno, y tiene lazos con Biden.

«Hemos pasado los últimos cuatro años reparando el daño que Joe Biden infligió en los últimos 47 años (de su carrera política)», aseguró Trump durante su discurso en agosto pasado ante la Convención Nacional Republicana.

El todavía presidente, de 74 años, sigue percibiéndose como alguien ajeno a los engranajes de lo que define como la «ciénaga» de Washington, a pesar de que, desde que llegó al poder, ha alimentado los intereses de muchos de los más poderosos de ese aparato, incluidos grupos de presión que ayudaron a su campaña de reelección.

Al bajar las escaleras mecánicas doradas de la Torre Trump en 2015 y anunciar su campaña presidencial, el entonces magnate inmobiliario se convirtió en la peor pesadilla del Partido Republicano, pero esa formación acabó por amoldarse al mandatario, dejando por el camino algunas de sus figuras y prioridades clave.

Provocación

Desde que llegó al poder en enero de 2017, Trump ha abrazado la provocación como forma de Gobierno y herramienta de distracción, atacando a los medios de comunicación y poniendo a prueba a las instituciones del país, cuyos tribunales han tramitado cientos de demandas contra muchas de sus políticas.

El mandatario revolucionó Washington a golpe de Twitter y regularmente manipula o exagera los hechos, con más de 22.000 mentiras o afirmaciones falsas desde que llegó al poder, según el recuento del diario The Washington Post.

Con el lema «Estados Unidos primero», Trump puso patas arriba la relación con aliados como Canadá y la Unión Europea, protagonizó un histórico acercamiento con Corea del Norte que lleva más de un año estancado y convirtió a China en su peor enemigo, con una guerra comercial.

Su ascenso al poder fue una reacción al mandato de su némesis, el expresidente Barack Obama, al que Trump dirigió ataques racistas desde 2011 y cuyo legado se esforzó en destruir desde la Casa Blanca, al retirarse del acuerdo nuclear con Irán y del pacto de París sobre el clima, además de congelar el deshielo con Cuba.